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Relato y valores para gobernar Gipuzkoa

Artículo de opinión de Denis Itxaso

15/04/2018

Mayo del 68 fue un tiempo de convulsión generacional también para Gipuzkoa. Una frontera entre un viejo orden que se veía desbordado por múltiples cambios y algunas sacudidas trágicas, y el futuro que estaba por ganar, la esperanza de una sociedad más justa y abierta. El mundo aún seguía conmocionado por el asesinato de Martin Luther King, desde París nos llegaba el eco de su revolución, el euskera daba un paso de gigante con su unificación –el batua– y ETA cometía su primer asesinato. Al tiempo, una pequeña librería abría sus puertas al pensamiento libre bajo el nombre de Lagun en la Parte Vieja donostiarra.

El medio siglo transcurrido desde entonces ha seguido provocando cambios vertiginosos. Gipuzkoa ha vivido una profunda transformación en el orden político, demográfico, económico y urbanístico; pasadas cuatro décadas desde el final de la dictadura, hemos adquirido plena conciencia de las secuelas de la Guerra Civil y en el 80 aniversario de aquella contienda fraticida, hemos tributado un sentido y simbólico homenaje a los represaliados de un franquismo que –conviene recordar– tuvo numerosos adeptos en el seno de la sociedad guipuzcoana. La Medalla de Oro de Gipuzkoa a todas aquellas víctimas olvidadas representó para la coalición de socialistas y jeltzales que gobierna Gipuzkoa una reivindicación de tradiciones políticas que se vieron sojuzgadas y perseguidas por el pensamiento único.

Sin embargo, tampoco hemos querido demorarnos otros cuarenta años en abordar con honestidad las heridas del terrorismo de ETA. La exposición, charlas debates y talleres que hemos organizado en el centro cultural Koldo Mitxelena bajo el programa "Luces en la memoria", han tratado de contribuir a una convivencia basada en la verdad, la justicia y la reparación del daño causado. No podemos ser ajenos al indisimulado intento equilibrista de repartir responsabilidades entre "todos los actores del conflicto político", que tiene por objeto diluir de modo equidistante el abismo ético que separa a víctimas y victimarios. El reciente homenaje institucional a la librería Lagun en un Teatro Victoria Eugenia a rebosar, convertido en crisol de miradas intelectuales cantando a la tolerancia, también ha representado un hito en ese camino de reconocimiento público a los resistentes de la democracia y de la libertad.

La Gipuzkoa de 2018 comparte desafíos y oportunidades con el resto de sociedades modernas de nuestro entorno, en un contexto globalizado en el que la fronteras culturales y económicas se han venido abajo y viejas enfermedades sociales siguen aguardando a ser combatidas. Ya sean las inequidades entre Norte y Sur y las nuevas xenofobias que prenden en la clase media; las desigualdades que padecen las mujeres aún hoy en el mundo laboral y en los espacios de decisión; las actitudes agresivas o violentas en el deporte; la arrogante indiferencia social por el deterioro del planeta; o la tentación siempre latente de evadir las obligaciones fiscales. En estos y otros frentes, los socialistas guipuzcoanos hemos promovido iniciativas pioneras desde el Gobierno foral que tratan precisamente de poner el acento en la necesidad de compartir unos valores conectados con la mejor tradición socialdemócrata europea. Hemos imprimido relato y valores para el abordaje de los principales desafíos éticos y sociales del territorio, porque actuar en lo local para influir en lo global no puede representar sólo un bonito eslogan.

Establecer para Gipuzkoa una nueva agenda de futuro que hable sobre el cambio climático, la multiculturalidad, la cyberseguridad, la electromovilidad o el envejecimiento requiere también de sólidos anclajes éticos. De la solvencia y coherencia de nuestros valores dependerá que esa nueva agenda llegue para quedarse y sea compartida por el conjunto de la ciudadanía. De hecho, no ha sido precisamente la falta de capacidades y recursos los que han impedido hasta ahora que Gipuzkoa aborde una agenda centrada en las preocupaciones ciudadanas. Porque la noria interminable del conflicto y la persistencia de la violencia causó estragos personales pero también nos sumió en un frustrante bloqueo.

50 años después de mayo del 68, vivimos en un mundo acelerado presidido por la acción compulsiva y en el que apenas queda tiempo para respondernos a los "porqués". Las reacciones a los problemas han de ser inmediatas, y a menudo se formulan antes incluso de contar con un diagnóstico certero del propio problema. La política democrática no es ajena a esta pérdida de perspectiva y parte de la distancia con que se observa a las instituciones y partidos podría explicarse precisamente por el déficit de relato de la acción pública. Afanarse en explicar las motivaciones últimas que inspiran nuestras medidas, dotar de guión y lógica al repertorio de acciones, resulta pues necesario para poder identificar la misión que nos proponemos llevar a término en el plazo de una legislatura. Y en el caso de Gipuzkoa, tenemos claro de dónde venimos y a dónde vamos.

  

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