Los organeros de Azpeitia

La excepcional importancia de los constructores y restauradores de órganos de Azpeitia, como muchas veces ocurre, se debe a circunsancias excepcionales. Según José Ignacio Alberdi Egaña los maestros organeros vizcaínos Diego y Juan Eustasio Amezua, que continuaban en el oficio de sus antecesores, al terminar sus trabajos en la catedral de Valencia no pudieron regresar a Bilbao que se encontraba sitiada por los liberales, por lo que se establecieron en Azpeitia, donde posiblemente ya trabajaban algunos especialistas en este oficio.

El nieto de Diego, Aquilino (1847-1912) que era el hijo más joven de Juan Eustasio, nacido en Azpeitia, llegó a ser el más importante organero de su época junto con el francés Arístides Cavaillé-Coll (1811-1899), que fue un gran innovador y al que se atribuye la creación del órgano sinfónico, habiendo construido y montado unos 700, una parte de los cuales, en nuestro país, el primero en Santa María de Lequeitio en 1857. En el inventario navarro, figuran 3 y 6 en el vizcaíno (1), siendo posiblemente mucho más numerosos en Guipúzcoa. Su introducción entre nosotros se atribuye a José Ignacio Aldalur, natural de Azcoitia (7 de Marzo de 1829) y organista de Azpeitia, acérrimo defensor de los órganos Cavaille-Coll que conoció durante su exilio en Bayona (en cuya catedral ejerció su oficio) y enemistado con Aquilino Amezua (2).

El maestro organero de Azpeitia fue toda su vida un hombre inquieto, emprendedor y tenaz. Tras los aprendizajes esenciales del secreto de los órganos con su padre, marchó de polizón a Cuba y a su regreso se trasladó a Francia (1863) trabajando con Cavaille-Coll y más tarde con Stolz, sobre todo en la construcción de tubos. También lo hizo en la fábrica de M. Blondell (planos) y en Inglaterra con Garn profundizando en la armonización con Bubie. En Alemania conoció los órganos eléctricos de Welte.

A su regreso en 1882 se estableció en Valencia, trasladando poco después los talleres a Barcelona al final del Paseo de Gracia. En esta ciudad, con motivo de la Exposición Universal de 1888, presentó un gran órgano eléctrico de cinco teclados que llamó la atención de cuantos se relacionaban con el mundo de la construcción de estos bienes. Le concedieron la medalla de oro, recibiendo las felicitaciones de los más famosos organeros y organistas de diversos países del mundo entre ellos el francés Cavaillé-Coll, todo lo cual le permitió contar con un gran número de pedidos. Una buena parte de los órganos que fabricó los vendió e instaló en el País Vasco. En los inventarios navarro y vizcaíno a los que antes nos hemos referido, figuran 26 y 16 órganos de Amezua.

Fábrica de Órganos de Aquilino AmezuaFábrica de Órganos de Aquilino Amezua en Azpeitia (cedida por José Ignacio Alberdi Egaña).

Fábrica de Órganos de Eleizgaray y CíaFábrica de Órganos de Eleizgaray y Cía. de Azpeitia (cedida por José Ignacio Alberdi Egañal.

Fachada de Organería EspañolaFachada de Organería Española, fábrica San Ignacio de Loyola de Azpeitia (foto Pepe Gil).

Al quedarse viudo, traspasó sus talleres del Paseo de Gracia a su discípulo Lope Alberdi. De Barcelona se trasladó a Pasajes de San Pedro y posteriormente a Azpeitia, donde se asoció con su hermano Juan y los antiguos amigos, montando una nueva empresa continuando con la fabricación de órganos como los de Elgoibar, Zarauz, Oñate y Vera de Bidasoa (en el que ofreció una garantía de 20 años), además de para las catedrales de Santander, Oviedo, Sevilla, etc.

Fue un gran maestro organero formando una generación de especialistas entre otros Caucal, Galdós, Olaciregui, Camelo Loinaz, Julián Elizburu, Simón Juaristi y Antonio Aranguren.

Al poco tiempo de fallecer Aquilino Amezua (20 de Octubre de 1912) a los 66 años de edad, se fundó la empresa Eleizgaray y Cía., dedicada a la construcción de órganos, incorporándose todo el personal anteriormente citado con la excepción de Galdós y Caucal, que se establecieron en Hernani y la incorporación de Rafael Puignau que provenía de la casa Rodríguez de Madrid que fue quien asumió la dirección.

La empresa tuvo una evolución muy positiva, tanto por la adaptación a los órganos que fabricaba de las innovaciones tecnológicas más recientes (con notable influencia alemana) como por los logros comerciales (entre 1915 y 1923 se fabricaron 44 órganos) lo que permitió llegar a emplear a 70 especialistas. Pero como ahora entonces era escasa la capacidad para resolver las diferencias y en 1923 se produjo la seperación de cualificados socios formando Puignau y Cía., dedicada a la misma actividad. La guerra civil supuso el cese de la construcción de órganos.

Terminada la contienda surgió de nuevo la voluntad de continuar con esta singular actividad poniéndose en marcha en 1940 (Organería Española, S.A.) nombre al que se añadió "Fábrica de San Ignacio de Loyola" y en la que participaban, entre otros, Rafael Puignau que se responsabilizó de la dirección y Ramón González Amezua y que en buena medida era continuadora de Eleizgaray y Cía. Estuvo ubicada frente a la plaza de toros cesando en su actividad en los primeros años 90.

Todo hace pensar que las tecnologías específicas de los maestros organeros adaptadas a cada época se han ido transmitiendo entre generaciones hasta llegar a nuestros días.

 

(1) El órgano Cavaille-Coll de la Basílica de Santa María del Coro. Ángel Inaraja Ruiz. Grupo Dr. Camino de historia donostiarra San Sebastián.

(2) José Ignacio Albedi Egaña, publicó un interesante trabajo (Diario Vasco 29/07/1990) sobre José Ignacio Adalur. También resulta de gran valor informativo el titulado "Azpeitia y sus Organeros" (Diario Vasco 30/07/1976).