Los semilleros

Eustaquio Alberdi Lizaso (1922) nacido y residente en la casa Rentería Nueva más conocida como Kondekua (por haber sido propiedad del Conde de Villafranca al que la adquirieron en 1954), sita en Oikia Auzoa del término municipal de Zumaia es un conocido horticultor que desde su juventud participó con su familia en el laboreo del tabaco, siendo el responsable, durante varias décadas, de la coordinación de los baserritarras que se dedicaban a esta actividad en la zona.

Recuerda que para poder cultivar tabaco era necesaria la autorización del Servicio Nacional lo que se consiguió por primera vez en la zona en 1933. Su laboreo comenzaba preparando los semilleros sobre un “terreno sano” de una anchura del orden de 1,5 metros y longitud variable, según las plantas de tabaco a cultivar (cada metro cuadrado unas 500). Estaba formado por tres capas. La inferior de grava para facilitar el desagüe, la segunda de estiércol, preferentemente asnal, caballar o mular y la superior de mantillo solo o mezclado con tierra.

En opinión de Eustaquio Alberdi, era conveniente rodearlo con un sencillo tabique y cubrirlo con una cristalera para cuya construcción, la Diputación Foral concedía ayudas económicas.

Eustaquio AlberdiEustaquio Alberdi en la actualidad. (Foto Javier Carballo) .

Una vez preparado y desinfectado el semillero, a principios de marzo, se procedía a la siembra de las diminutas semillas entregadas por el Servicio Nacional del Tabaco (un gramo, según variedades, contiene entre 8.000 y 20.000 simientes) y con las que había que cultivar un determinado número de metros cuadrados “cada uno de los cuales daba unas 500 plantas”.

Eustaquio manifiesta “que el calor reducía el tiempo que tardaban en aparecer las pequeñas plantas, por los que humedecían las semillas con agua templada y la mantenían sobre un lienzo en el interior de una habitación que estuviera a 18/20º, enterrando a continuación la simiente, medio gramo por metro cuadrado, antes de que germinaran”.

El semillero requería una notable atención, pues había que regarlo diariamente, manteniendolo húmedo pero sin encharcamientos, evitar que una vez que brotaran las plantas les diera el sol con intensidad y protegerlas de las noches frías. Asimismo había que eliminar las hierbas y clarear el cultivo, manteniendo entre sí una distancia uniforme, llevando las plantas sobrantes a otro semillero, lo que era conocido como repicado. Por último abonar para favorecer su desarrollo normal.

Manifiesta Eustaquio Alberdi “que transcurridos unos cien días, a finales de mayo o principios de junio, cuando la planta tiene de 12 a 15 cm.-, se procedía al transplante a su asentamiento definitivo, lo que había que llevar a cabo los días de poco viento y a primera hora de la mañana o al anochecer cuando el sol tuviera poca fuerza, colocándolas a una distancia entre sí de algo más de medio metro".