Los cultivadores

Los baserritarras recogían las plantas del semillero para implantarlas en su ubicación definitiva. Según Santiago Salegui Alcorta (1928), era muy importante la elección y preparación del terreno de asiento que iba a recibirlas para su crecimiento hasta la recolección., teniendo que abonarlas con nutrientes; estiércol, potasa, cal, etc., varias veces durante el invierno.

Una vez transplantadas al terreno de cada cultivador, comenzaba el trabajo de hacerla crecer con las mayores atenciones y cuidados. El tabaco necesita una atmósfera húmeda, por lo cual había que regarlo en las épocas muy secas durante su crecimiento.

También había que “despuntar” la planta, es decir quitarle la flor, suprimir los hijuelos o brotes “kimuak moztu” y eliminar las hojas más bajas o cercanas al suelo; escardar y recalzar con la azada “jorratu”, eliminar las hierbas que nacían alrededor de la planta y acumular tierra entorno al tronco de la misma.

Todas estas operaciones favorecían su crecimiento y la calidad de las hojas y por tanto la del tabaco.

Los baserritarras cultivadores de tabaco consideran que solo la experiencia permitía conocer el mejor momento para proceder a su recogida lo que generalmente se llevaba a cabo en setiembre.

Se cortaba la planta que tenía un tronco de 50/60 mm. de diámetro a ras del suelo, utilizando un hacha pequeña o una hoz, dejándola orear sobre el terreno, sin exponerla al sol. Trasladadas las plantas al lugar de secado, generalmente el desván de los caseríos, aunque en ocasiones también se utilizaban las cuadras y hasta las cocinas, se separaban a mano las 15/20 hojas que tenía cada planta formando ristras que se colgaban en alambres colocados a lo largo y ancho del secadero.

Plantas de tabacoPlantas de tabaco junto al caserío Epiola Azpikoa de Oikina en la década de los años treinta del siglo pasado. (Cedida por Arritxu Salegui).

Koldo Lizarralde al dar cuenta de sus investigaciones sobre el cultivo del tabaco en Elgoibar (1), manifiesta “al principio y al final de cada alambre con tabaco colgado, instalaban una especie de ruedas hechas de árgoma “otea” al objeto de que los ratones “saguak” no pudieran acceder al tabaco. De esta forma, a la vez que la árgoma pinchaba, se giraba y echaba al ratón. A veces, se calentaba el local pues, la temperatura y la ventilación eran muy importantes para el correcto secado y evitar la pérdida por putrefacción".

Secado el tabaco, para su envío al centro de Fermentación de Pamplona, se apilaban en fardos entrecruzando las hojas.

El tabaco se clasificaba según calidades, que determinaban los responsables técnicos del Centro de Fermentación, que apreciaban las hojas de tabaco que habían sido “mimadas” en su crecimiento y su curado por los baserritarras.

El pago se realizaba en función de las calidades obtenidas interviniendo un representante de los baserritarras. No deja de ser como mínimo curioso que actualmente la subvención de la Unión Europea es la parte principal de lo que perciben los cultivadores.

Aparte de su función fundamental, las hojas de tabaco se han utilizado para “matar angulas”, operación muy importante para su calidad culinaria en lo que eran verdaderas maestras las “etxekoandres de las zonas en las que capturaban”.

En las épocas del racionamiento, no hay que olvidar que duró hasta mediados los años cincuenta del siglo pasado y tras una previa fermentación, en lo que al decir de los veteranos “se utilizaba coñac”, sirvió para elaborar cigarros (puros) y cigarrillos que se cambiaban a los eibarreses por cartuchos para la caza. También era frecuente el cultivo para consumo propio.

En Zumaia más de una treintena de caseríos cultivaron tabaco en la postguerra.

 

Principales informantes

  • Eustaquio Alberdi Lizaso (1922).
  • Santiago Salegui Alcorta (1928)

Nota: Las aportaciones de Javier Carballo, han sido fundamentales para la realización de este trabajo.

 

(1) Apuntos etnográficos (1) . Koldo Lizarralde Elberdin. Ayuntamiento de Elgoibar 1994.