Mamadores, osatitis y otras prácticas puerperales

Las prácticas relacionadas con la esterilidad, el embarazo y el parto así como la convalecencia han estado en todos los países, hasta,épocas recientes, muy influidas por creencias tradicionales de todo orden que, sobre todo, la mujer tenía que padecer. En el recuero de nuestros mayores así como en la literatura y en diversos estudios están presentes comportamientos que resultan difíciles de admitir como ciertos, pero que indudablemente eran habituales.

La lista sería interminable pero recordemos solo a título de ejemplo, la creencia en las posibilidades curativas de la esterilidad de diversas aguas como las de la cueva de Sandali (San Elias) de Araoz en Oñati, o como señala José M. Satrústegui (Medicina Popular y Ginecología), la de "dar de beber a la mujer el cuajo de liebre desecho en agua caliente".

En el caso de las mujeres encinta, cita el mismo autor el convencimiento de que "la piedra de la águila atada al brazo izquierdo, retiene la criatura y si se sujeta al muslo por la parte de adentro, algo floja, acelera el parto". Asimismo se veían obligadas a consumir los más diversos brebajes y a comportamientos singulares que la tradición había llegado a considerar muy necesarios.

Diversos autores (Satrústegui, Barrióla) que han analizado nuestra medicina popular, ponen de manifiesto que la mujer embarazada, en el medio rural, seguía realizando sus labores ordinarias hasta el último momento, por lo que no era infrecuente que el alumbramiento se produjera en el campo o sobre el carro de bueyes, sin tiempo de llegar al caserío. Parece que, ante esta eventualidad, incluso solían salir de casa provistas de los pañales necesarios por si se producía el acontecimiento.

Satrústegui da cuenta de que en algunas comarcas navarras (Burunda), para provocar el parto, las mujeres realizaban, en una sola jornada, tres de las labores fuertes del caserío: la hornada, la colada y acarrear del monte una carretada de hoja.

Los analistas de las prácticas populares coinciden en señalar que después del parto se prestaba mucha mayor atención al niño que a la madre, lo que no era obstáculo para que el caso de falta de leche materna se les hacía digerir los más diversos potinges, de lo que es buen ejemplo el tener que beber "las uñas delanteras de las vacas molidas" cuyo efecto aumentaba "comiendo con ellas las hojas secas trébol hechas polvo, y con vino".