Duro aprendizaje

Como otros muchos oficios el de "perratzaille", hace cuatro o cinco décadas se aprendía observando a los que conocían la profesión y ayudándoles en su trabajo, para pasar a realizar las tareas más sencillas y en la medida en que se iba adquiriendo experiencia, realizar los trabajos propios de la profesión. Habitualmente el aprendiz tenía que desplazarse a lugares distintos al de su domicilio habitual, pasándose los viajes y la manutención sin percibir remuneración alguna. Incluso en algunos casos era necesario abonar la cantidad pactada al enseñante.

La economía de los "perratazailles" no ha sido mejor que la de otros trabajadores, de parecida cualificación profesional, a pesar de su carácter de autónomos y los riesgos que asumían de poder malherir valiosos animales. Actualmente por cada herradura colocada, puede llegar a cobrarse unas 800 pesetas. Hay que tener en cuenta que esta tarea trabajando pausadamente requiere entre 20 y 25 minutos.

Sus relaciones con los veterinarios en ocasiones no han sido buenas al considerar éstos que les hacían una competencia desleal. En esta circunstancia hay que buscar el origen de la exigencia de una "titulación" para los "perratzailles", algunos de los cuales, a principios de los años cincuenta, tuvieron que someterse a diversas pruebas en Madrid ("allí no había ganado solo preguntas" nos dijo un viejo perratzaille), que una vez superadas les habilitaban para ejercer la profesión lo que siempre era más fácil, si pagaban, como ocurría, una cantidad anual al veterinario local.