Contratos para fabricar herraduras

La masiva utilización de animales en el trabajo y los desplazamientos, sobre todo en los siglos XVII y XVIII, dio lugar a una Gran demanda de herraduras y los consiguientes problemas de sus fabricantes para poder atender la misma, loque les obligó a contratar aprendices y especialistas que les ayudaran en su trabajo.

En el año 1626, Pedor Arriola necesita un especialista que trabaje en su fragua de Elgoibar, por lo que contrata al azpeitiarra Jerónimo Eizaguirre que accede a labrarle el herraje necesario durante un año. El sueldo convenido asciende a 2 reales por día trabajado, además de la comida diaria, incluyendo los días de fiesta así como un lugar con cama donde poder descansar cada jornada. Como agradecimiento a su buena disposición, le entregó 11 ducados.

Era muy importante para el dueño, que no faltase material, puesto que tenía que abonar igualmente el sueldo convenido. Por otra parte el contratado no podía abandonar su trabajo ya que por cada día de ausencia debía pagar un ducado y otro más por cada día que Pedro Arriola anduviese buscando.

Hacia el año 1631, otro elgoibarrés, Jacobo Alzola, decide vender al azpei-tiano Juan Eizmendi, unos barquines y la herramienta especial para labrar herraduras: un yunque, la tobera, los martillos y el utensilio para curvar, de su propiedad. Llama la atención que no le pide dinero alguno a cambio, si no 105 docenas de herraduras para mulos, que se las entregaron en su lonja de Alzola.

Una vecino de Azpeitia, Francisco Achasaeta en el año 1637 elabora 100 docenas de herraje asnal por 7 reales de plata cada docena y los entresa en una lonja de Alzóla para Gaspar Arriola.

El dueño de la casa solar de Ibarra en Elgoibar, Bartolomé de Sagarteguieta, llega a contratar el día de San Sebastián del año 1.674 a Juan de Arragoeta por espacio de un año como oficial de hacer herraduras, en sufragua de Ibarra. El sueldo estipulado, es de 2 reales por día trabajado, más la manutención, 13 pesos más por haber acudido y una medias "de Inglaterra".

En el año 1726, el maestro de hacer herraduras Antonio Gárate, vecino de Aramaiona (Alaba), debía la renta de su casa en el mismo valle a Francisco Garay, sin que pudiera hacer frente a su obligación, por lo que decide dirigirse a Elgoibar y con Domingo Azpitarte para servirle durante 3 años ejerciendo su oficio. En el contrato se especificaba que Domingo le daba directamente a Francisco el dinero adeudado (al parecer, el maestro no estaba muy seguro de saldar lacuenta, si él mismo hacíala entrega del dinero). También consigue que Domingo ledé algún dinero para poder mantener a su familia durante ese período, más una chupa y casaca negras, elaboradas con paño de Segovia.

El año 1747, Cristobal Elorza necesitaba personal para fabricar herraduras, por ello que contrata a Miguel Beristain como maestro encurvador y a Manuel Aristi como oficial martillador.

El contrato se establece por dos años. Por una parte, Miguel como maestro cobraba 8 rales al día para encargarse de ejercer su labor y cortar la tirada necesaria para ello. Sin embargo Manuel, como oficial martillador, tenía un sueldo diario de 5 reales y medio, consistiendo su trabajo en martillar las piezas y encargarse de cortar la tirada. Al mismo tiempo estaba obligado a contratar a una persona que por medio real (para eso se lo daban de más) diese movimiento a los fuelles para calentar la pieza de hierro cuando se necesitaba cortar cada tirada.

El mismo Cristobal Elorza, en el año 1751, se compromete a labrar hierro de herraduras, para el vecino de Arechavaleta, Antonio Vildosola que era donde tenía su fragua para encorvar las herraduras, en cuyo oficio era maestro.

El compromiso de Cristobal, era que tenía que llevar cada quintal de hierro, desde la ferrería, hasta la alhóndiga, al objeto de pesarla. El hierro lo cobraba por adelantado. Por otra parte, Antonio estaba obligado a contratar a cuantos carreteros considerase oportuno, para que le llevasen el material desde la alhóndiga, hasta Arechavaleta, por supuesto, no podía recibir el material sin haberlo pagado antes. El le daba 1.500 reales y Cristobal le ponía hierro especial para herraduras por este importe, el precio estipulado por las ferrerías de la villa de Elgoibar en cada momento.

El presbítero beneficiado de la iglesia parroquial de Deba, Feliz Bertiz, en el año 1756, poseía una fragua especial para herraje y decide vendérsela a Lorenzo Curuzaelegui y para valorarla, los expertos realizan la oportuna tasación.

Los fuellos, tobera de cobre y "aspoiraballa" por 660 reales. Un yunque que pesaba 8 arrobas y 6 libras en 218 reales, 6 martillos, entre grandes y pequeños, más 9 tenazas de diversos tipos que se valoraron en 60 reales. Siendo la valoración total de 938 reales.

Para hacer frente al pago se convino el plazo de un año y teniendo que hipotecar su casa que poseía en la zona de la Magdalena, junto al río.

Una vez que Lorenzo Curuzelaegui ya tiene su instalación preparada para hacer herraduras, necesita el personal especializado para sacar rendimiento a su inversión, motivo por el cual, ese mismo año, contrata a un maestro especialista en encorvar herraje de nombre Antonio Goicoechea, natural de Villaro en Vizcaya y a dos oficiales martilladores, el elgoibarrés Tomás Lizundia y el azpeitiarra Juaquín Zabala.

Lorenzo estaba dispuesto a cederles toda la instalación, el hierro y el carbón necesario para hacer 200 tareas de herraduras durante el período de un año. Cada tarea consistía en hacer 14 docenas de herraduras para mulos de los números 10 y 12, 12 docenas del 14 y 10 de la asnal. Todas las herraduras tenían que estar bien hechas, de lo contrario volverían a fabricar las rechazadas. No podían ausentarse ninguno de los tres y siempre que existiese indisposición de alguno de ellos, Lorenzo les buscaba un sustituto.

Al mismo tiempo, se comprometió a pagarle a Antonio, como maestro, 7 reales por cada tarea sin que tuviera obligación de cortar las tiradas y cuando fuera imprescindible hacer esta labor, le pagarían lo acostumbrado por ello. Al finalizar el año la gratificación sería de 120 reales y dos pares de zapatos de buena calidad.

A cada uno de los dos martilladores, por cada tarea 4 reales y medio y a Juaquin, cuando era necesario cortando la tirada, un real más, que era lo que se estilaba en estos casos. La gratificación anual por oficiales martilladores, ascendía a 90 reales cada uno.