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Guztion Gipuzkoa

2019ko urtarrilaren 24ean El Diario Vasco egunkarian argitaratutako iritzi artikulua

Ane es donostiarra, tiene 21 años y actualmente cursa el tercer curso del grado de Derecho en la UPV/EHU. Le encanta salir a correr, ir al cine y el pintxo-pote de los jueves con la cuadrilla. La vida de Ane es prácticamente idéntica a la de cualquier otra joven guipuzcoana de veintipocos, con la particularidad de que ha vivido bajo tutela de la Diputación prácticamente durante toda su infancia y adolescencia. Ahora, transita hacia la edad adulta preparándose académicamente mientras reside en un piso de emancipación para personas jóvenes de la institución foral. 
Ane es un nombre ficticio, pero su historia es real. Muy real. Es una de las participantes en el pionero programa foral Arrakasta, que tuvo la oportunidad de conocer de cerca hace unos meses. Su historia y su realidad la protagonizan día a día tanto Anes como Mohameds y Fatimas, Maites y Santiagos: la de la lucha por dejar atrás estigmas y alejar el fantasma de la exclusión social. Una batalla que los y las protagonistas de este relato libran en el campo de la formación como vía hacia un empleo digno, dos elementos a mi entender claves en la lucha por la integración social. 
Durante los últimos años, el mundo y en especial Europa están asistiendo a un resurgir de discursos populistas y xenófobos que creíamos haber dejado atrás hace mucho tiempo. Trumps, Bolsonaros, Salvinis y Voxes resucitan fantasmas del pasado al canalizar malestares sociales de diversa índole y la desafección hacia la clase política contra los eslabones más débiles de nuestras sociedades: aquellas personas que se encuentran en situación de exclusión o marginación social, o en riesgo de padecerla. Recurso muy manido a lo largo de la historia, pero que no por conocido deja de resultar peligroso.  
La igualdad de oportunidades entre todas las personas en cualquier ámbito de la vida es, y creo firmemente en ello, un objetivo básico para cualquier sociedad avanzada. Olvidémonos de buenismos y benevolencias. Nadie elige dónde nace, ni en qué entorno social da sus primeros pasos, dos factores de enorme importancia que condicionan la vida de cualquier persona. Nadie escoge vivir una guerra, huir de ella, morir de hambre o jugarse el pellejo cruzando mares en botes neumáticos. Nadie elige vivir en la marginalidad, ni tener que depender de ayudas sociales o residir en pisos de acogida. Nadie sueña con vivir en la exclusión social.  
Personas como Ane, que empiezan a caminar por la vida cargando con una pesada mochila de dificultades añadidas, también merecen participar de esa igualdad de oportunidades. Nosotros y nosotras, desde el ámbito institucional, como representantes del conjunto de Gipuzkoa y siempre en colaboración con la sociedad organizada, podemos ayudar a generar esas oportunidades. Sin paternalismos, sin generar dependencias, pero abriendo las vías necesarias para que las personas en riesgo de marginalidad puedan esquivar esta amenaza y, sobre todo, que lo hagan valiéndose por sí mismas. ¿Cómo? Como he dicho antes, a través de la formación y el empleo.
Formación y empleo son dos elementos fundamentales del modelo de integración social guipuzcoano, del cual estoy particularmente orgulloso. Una forma de hacer las cosas que nuestro territorio ha ido construyendo a lo largo de las últimas décadas, y que ha llevado a Gipuzkoa a situarse en la vanguardia europea en cuestiones de lucha contra la desigualdad social.
En la presente legislatura, el plan foral Elkar-Ekin ha sido la punta de lanza del esfuerzo de la Diputación Foral en la lucha contra la exclusión social. Dicha iniciativa apuesta, precisamente, por ofrecer formación a personas en riesgo de vulnerabilidad para facilitar su acceso al mercado laboral. Por ejemplo, en este 2018, un total de 4.117 personas han participado en el programa, formándose y adquiriendo diversas competencias que les capaciten para desempeñar diversos oficios, de las que 957 han conseguido encontrar empleo. Como diputado general, pero también como ciudadano, estoy convencido de que éste es el camino. El empleo digno debe de ser principal herramienta de inclusión social. 
Ello nos permite, además, hacer de la necesidad virtud. En un contexto de revolución demográfica y envejecimiento poblacional, Gipuzkoa no puede permitirse dejar a nadie en la estacada. Solo en la presente legislatura, entre 2015 y 2018, la población activa del territorio (aquella que trabaja o está buscando empleo) se ha reducido en 4.000 personas y, según proyecciones del Eustat, la población potencialmente activa se reducirá en otras 14.000 personas de aquí a 2031. Por tanto, insisto: no podemos prescindir de nadie.
En Gipuzkoa contamos con unas instituciones que invierten en políticas sociales; con un tercer sector fuerte, activo y dinámico; y con una sociedad solidaria y comprometida con la defensa de los derechos de todas las personas. Sembramos en terreno fértil, ya que contamos con un entorno y una red de agentes colaboradores idóneo para seguir construyendo una Gipuzkoa equilibrada y cohesionada. Valga como botón de muestra las 4.500 asociaciones de voluntariado existentes en nuestro territorio. 
Luchar contra la exclusión social con hechos es la forma más efectiva de combatir populismos y demagogias, de desmentir falsos mitos, de desterrar medias verdades. Es decir, de desarmar todos esos discursos que amenazan con revertir los valores sobre los que hemos construido las sociedades europeas actuales. Trabajar por la inclusión de todo aquel o aquella que desee hacer su proyecto de vida en Gipuzkoa es el compromiso que adquirió la Diputación al principio de la legislatura. En base a ello seguimos trabajando para que, en el futuro, nuestro territorio siga entre las regiones europeas con menores tasas de desigualdad social, y para que sigamos siendo un territorio en el que hay espacio para todos y todas.

  

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