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Turismo, cinismo y oportunismo

El síndrome de abstinencia que presentan los sectores más inmaduros de EH Bildu, violentando al sector turístico, a las instituciones y a los propios visitantes, resulta ilustrativo de las tensiones en el seno de ese mundo en el que lo viejo -la imposición, la intransigencia- no termina de morir y lo nuevo tampoco acaba de nacer.

Gipuzkoa ha experimentado un incremento turístico notable en la presente década. La centenaria tradición vacacional de San Sebastián y su capacidad de reinvención, unida a un territorio que viene progresando notablemente con ganchos culturales, deportivos y gastronómicos con probado atractivo, han logrado que el turismo sea hoy una fuente de riqueza de la que no podemos prescindir (7,4% del PIB y 28.000 empleos) y una imagen de marca con prestigio internacional. Como todo sector económico de peso, el turismo se construye a partir de la iniciativa privada que invierte en este sector siempre que se le ofrezca confianza. A esa confianza contribuimos las instituciones tratando de mitigar los desequilibrios, apuntado prioridades, diseñando marcos estratégicos y en definitiva marcando un rumbo a seguir en medio de un mercado enormemente competitivo y volátil. Pero estos días asistimos a un premeditado y peligroso intento de quiebra de esa confianza.

El turismo es algo más que un sector económico estratégico. En la medida en que se trata también de un hábito cultural, de un uso social, de un mestizaje y un encuentro, todos podemos aportar nuestra visión sobre el turismo como protagonistas activos o pasivos del mismo. A este respecto recomiendo al lector que visite la exposición Turismos que hemos abierto en el Centro Cultural Koldo Mitxelena y versa sobre las consecuencias globales de la masificación del viaje. Todo no es de color rosa, obviamente, y algunas de las consecuencias de estos incrementos impactan sobre la calidad de vida de algunos vecinos.

Sin embargo, lo que se espera de las formaciones políticas, máxime de aquellas que han tenido experiencia de gobierno y pretenden volver a tenerla, es que aborden la cuestión con rigor, racionalidad, cifras y en toda su complejidad. Los guipuzcoanos viajamos el doble de las visitas que recibimos, y representamos un mercado emisor de primera magnitud fundamentalmente debido a nuestros niveles de renta. ¿Qué hacemos los guipuzcoanos cuando viajamos? ¿Cómo observar la invasión de familias guipuzcoanas que poblamos localidades pirenaicas como Jaca en invierno? ¿Qué hay de Las Landas? ¿Y de Ezcaray? ¿Acaso la compra masiva de pisos y apartamentos en estas poblaciones o en las costas del Mediterráneo no ha contribuido a subir los precios? No deja de resultar cínico pretender que las leyes globales del turismo operen en una única dirección, practicando lo contrario de lo que se proclama y mostrando un evidente doble rasero dependiendo de si somos nosotros o son otros quienes viajan.

El cinismo también queda patente cuando observamos la actitud de los gobiernos municipales y forales de Bildu hace escasos dos años. Entonces el turismo molaba, y los responsables políticos comparecían ufanos celebrando el enésimo record turístico: “Estamos intensificando las acciones de promoción y eso está teniendo su efecto, pero debemos ser conscientes de que el turismo es una fuente de ingresos y de empleo, y que tenemos que cuidar a quienes nos visitan. A veces a alguien le puede molestar ver tanta gente y tener que compartir espacios. Pero quien viene a Gipuzkoa es un turista informado y respetuoso” decían los representantes forales entonces. “Los resultados con incrementos anuales y records de turistas son excepcionales y demuestran que vamos por el buen camino, pero no podemos bajar la guardia, competimos con más destinos por la misma tarta. Tenemos que continuar con las acciones de promoción y concienciarnos de la importancia de un sector que aporta el 7,2% del PIB, muy por encima de los territorios cercanos”. Como se ve, la llegada de turistas era entonces, como en los gobiernos más casposos e insolventes, la prueba del nueve de que las cosas funcionaban en Gipuzkoa, y servía de coartada para neutralizar las críticas a su mediocre gestión. Pero aquella era una visión meramente cuantitativa alejada de lo que necesita el sector en Gipuzkoa.

Apenas dos años después, resulta que ‘otro modelo de turismo es posible’. Suena bonito, pero cabría esperar algo más de concreción. La Diputación junto a la Mesa de Turismo donde participa por primera vez el conjunto del sector, articula una agenda política centrada en la sostenibilidad del destino: poniendo en marcha medidas para reducir la brecha que hay entre la costa y el interior, como la nueva oficina Explore San Sebastian Region, o el empujón al Camino Ignaciano, los mercados tradicionales y las sidrerías; diseñando políticas para mitigar el efecto valle de los meses de invierno y reducir la estacionalidad que provoca empleos inestables; persiguiendo desde la Hacienda Foral y en colaboración con Aperture a los propietarios de pisos vacacionales ilegales que no tributan; trabajando codo con codo con el Consejero socialista de Turismo para la articulación, por primera vez en Euskadi, de una ecotasa que permita revertir parte de la riqueza a manos públicas; organizando junto a la universidad de Deusto un Observatorio de Turismo de Gipuzkoa para poder realizar estudios en profundidad sobre el sector turístico, su desarrollo y sus necesidades; lanzando Turislan, la primera Feria de empleo turístico centrado en la calidad del empleo y en la formación de profesionales del sector.

Se podrá criticar el importante incremento del parque hotelero que se avecina en Donostia, pero hágase pensando en el empleo que ofrecerá, en los impuestos que pagará, y en las nuevas posibilidades de captar congresos fuera de temporada alta que ahora no recalan por falta de aforo suficiente. El debate siempre ha estado abierto y a partir de septiembre tendremos ocasión en las Juntas Generales de Gipuzkoa de hablar largo y tendido sobre todo ello; con datos, comparecencias de profesionales, y posiciones de partidos políticos. Pero partimos de una base, de una apuesta institucional firme por un modelo social, económica y ambientalmente sostenible, de un territorio equilibrado en el que su capital, pese a su enorme magnetismo, representa el 60% del peso y el resto se reparte entre una costa y un interior que tienen mucho que ofrecer. También partimos de un amplísimo consenso institucional y de una dinámica de colaboración con las agencias guipuzcoanas de desarrollo comarcal que, prescindiendo del color de sus respectivos gobiernos, han mostrado hasta la fecha toda su complicidad con la nueva estrategia foral.

Nos ha costado sangre, sudor y lágrimas llegar a ser un país con el atractivo y la pujanza que proyectamos ahora, porque durante años la violencia echó por tierra el enorme potencial que atesorábamos. Resulta oportunista -y revela que no hay un modelo alternativo sobre la mesa- desplegar campañas de agitación social sobre los efectos del turismo en agosto impidiendo un debate civilizado que permita analizar el comportamiento durante todo el año. Y es que, pese a lo complejo del fenómeno, lo que pretende EHBildu no es un debate en profundidad -que cabe perfectamente, a la vista de las inequidades que el turismo descontrolado puede ocasionar-, sino recuperar la calle importando al completo la convulsa agenda catalana, incluidos los sabotajes al turismo. Se trata de mantener al país en tensión y de prolongar la sensación de conflicto permanente con el que tradicionalmente han nutrido su relato político. Pero el síndrome de abstinencia que presentan los sectores más inmaduros de ese mundo, violentando al sector turístico, a las instituciones y a los propios visitantes, resulta ilustrativo de las tensiones en el seno de una izquierda abertzale en la que lo viejo -la imposición, la intransigencia- no termina de morir y lo nuevo tampoco acaba de nacer.

  

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