El proceso de fabricación

Para la fabricación de herraduras partían de chapa de desguace de barcos, con espesor de 8 y 10 mm, que se cortaban en tiras de 25, 28 y 30 mm. de ancho y luego en trozos de 250 mm. de longitud en una cizalla manual en el propio taller.

A continuación se les daba su característica forma curvada con 2 extremos, lo que se hacía forjándola y doblándola en callente, en dos operaciones sucesivas, cada una con su calentamiento correspondiente, en una obtenían la mitad de la herradura y en la otra, la otra mitad.

Los trozos de material, o pletinas, se metían por uno de sus extremos, en grupos de 12, entre el carbón en combustión de la fragua, dejando el otro fuera.

Una vez caliente, el aprendiz que atendía el fuego, sacaba una pieza utilizando una larga tenaza y la pasaba al maestro, quien tras sujetarla, también con tenazas, la ponía sobre el yunque.

Seguidamente el otro aprendiz golpeaba el extremo de la llanta con una maza o porra de 4 kgs. de peso, con objeto de estirarla y adelgazarla en esa zona.

A continuación el maestro, poniéndola inclinada, con el extremo caliente apoyado sobre el yunque, golpeaba rápidamente sobre el trozo de metal, con un martillo de 3/4 de kg., con lo cual curvaba la mitad caliente de la llanta.

Seguidamente se metía de nuevo en la fragua, por el lado frío y no trabajado y se repetía la operación, estirando el otro extremo, y curvando la otra mitad y marcando los agujeros para los clavos, hasta obtener la conocida forma de la herradura.

El proceso, aunque aparentemente era sencillo, requería práctica y habilidad, pues se debían conseguir la forma y curvaturas deseadas, sin ningún tipo de plantilla o patrón, al tiempo que era preciso obtener una elevada producción que alcanzaba las 32 herraduras a la hora.

A continuación, con la herradura al rojo y totalmente apoyada en plano sobre la superficie del yunque, el aprendiz marcaba los agujeros para los clavos. Para ello utilizaba un punzón de sección cuadrada y puntiagudo, que apoyaba sobre la llanta sujetándolo con una de sus manos y golpeándolo con un martillo con la otra.

De esta forma obtenía unos rebajes cuadrados que no atravesaban totalmente la llanta, sino que quedaban con un espesor de unos 2 mm.

Herrando caballeríasHerrando caballerías.

Herrando caballeríasHerrando caballerías.

Al cabo de unos días y en períodos en que la fragua estaba apagada, los aprendices terminaban de perforar los orificios para los clavos.

Para ello, colocaban o herraduras sobre un yunque y con un punzón puntiagudo y un martillo, golpeaban sobre los rebajes marcados en caliente y abrían totalmente los agujeros. Seguidamente, también a martillazos y sobre el yunque, eliminaban las rebarbas y achaflanaban las aristas en todo su perímetro, con objeto de dejar más estrecha la cara de la herradura que se apoyará en la pezuña del animal, que la otra.

Las herraduras fabricadas tenían distintas formas y dimensiones, según el animal el que iban destinadas, e incluso variaban si eran para las extremidades delanteras (manos) o traseras (patas), adaptándose a la forma de las pezuñas.

Así, las de caballo eran más abiertas y anchas, con un tramo recto en la parte delantera de las manos. Llevaban 7 agujeros para los clavos.

Las de los mulos eran más cerradas y más largas que anchas, también con 7 agujeros. Las de burro, más pequeñas, tenían solamente 4.

En todas ellas, el extremo del labo interior era más estrecho y delgado que el del exterior.

Además de ser colocadas a animales en el propio taller, las herraduras así fabricadas se vendían a herradores de la zona, entre los que gozaban de prestigio.