La sala de Ventas – Bentalekua

Antiguamente, los potenciales compradores del pescado que se iba a subastar se reunían en el muelle en torno a la persona, conocido como subastador, que era quien dirigía la subasta. En el caso de la pesca de altura el subastador solía ser empleado del armador. En la pesca de bajura y en los puertos guipuzcoanos, al subastador se le conoce como ventero, perso na que es elegida y retribuida por la Cofradía. En algunos escritos antiguos le llaman “ventador”.

(Fotografía: Javier Carballo)(Fotografía: Javier Carballo)

Más tarde, entre finales del siglo XIX y principios del XX, las Cofradías y en algunos casos los Ayuntamientos, habilitaron un local que destinaron expresamente para Sala de Venta o Bentalekua, donde llevar a cabo el ejercicio de la subasta. Era una amplia habitación, cuadrada o rectangular, en la que se concentraban los pescadores del pescado capturado, los posibles compradores, el ventero y el secretario, estos dos últimos empleados de la Cofradía.

No todas las salas de venta tenían la misma configuración, se adecuaban dependiendo del tamaño y forma del local. A continuación explicamos, como ejemplo, la instalación de dos de esas salas, las de Mutriku, y Zumaia, Bentalekus que cesaron en su actividad hace muchos años y ahora, después de restauradas, son pequeños museos turísticos.

Su distribución era así: En el centro de la Sala, o cercano a una de sus paredes, había un mueble de madera de forma hexagonal u octogonal, que culminaba en el centro de forma piramidal. Junto a este armario y en una tribuna elevada unos 30 cm. del suelo, había una mesa con su asiento, donde se colocaba el secretario, y un sillón donde se sentaba el ventero, si bien éste solía permanecer de pie desde que se iniciaba la subasta. Distribuidos contra las paredes de la sala, había unos 30 ó 40 asientos de madera concatenados donde se sentaban los compradores. El número de asientos era siempre superior al de los probables compradores. En uno de los reposabrazos de cada asiento de los compradores, había una palanca o pulsador oculto a la vista de los demás interesados, que cuando el titular del asiento lo presionaba se accionaba una varilla también oculta, que bajaba desde el reposabrazos hasta el suelo y en combinación con otras varillas, ocultas bajo la tarima, llegaban hasta unos tubos ocultos en el mueble central, que en su parte inferior tenían una compuerta. Los tubos, tantos como asientos había en la sala, guardaban en su interior las bolas de cada comprador. Cada bola de madera, de unos 2,5 ó 3 cm. de diámetro, llevaba pintado o grabado a fuego un número, que correspondía al asignado a cada comprador. Cuando el comprador accionaba el pulsador, se abría la compuerta del tubo y la primera bola caía por una rampa hasta que aparecía a la vista del ventero. El sistema solamente permitía que cayese una sola bola, la del comprador que primero había accionado el pulsador. Entonces el ventero, mirando el número de la bola cantaba: “Adjudicado al comprador don fulano de tal”.

(Fotografía: Javier Carballo)(Fotografía: Javier Carballo)