Los campaneros

El trabajo de los campaneros que, salvo en muy pocos casos, acabó desempeñándose por seglares, tuvo una gran importancia en el pasado, no solo en la organización religiosa sino en la civil.

Este oficio, con frecuencia, ha pasado de padres a hijos y ha sido habitual que se compaginara con otra actividad. El aprendizaje se hacía por observación de los veteranos y la práctica durante años, al no ser posible, como en otras actividades, los ensayos. Sin embargo, no todos son capaces de dominar el oficio, que requiere "mucho oído" al tener que apreciar los sonidos y corregirlos acelerando o relantizando la velocidad del golpeo de las campanas. Tenían que ser un poco músicos, aunque "de una sola cuerda" (la de manejar las campanas). En el pasado, era una actividad que requería una gran dedicación (todos los días del año y varias veces cada jornada). Entre los que han ejercido esta actividad es frecuente el dicho: "El Campanero nace, no se hace".

Un ejemplo de campanero en activo, es el de Paco Isasti Irusta (1929), en la iglesia de Alzola, barrio de Elgoibar, actualmente con unos 200 vecinos, donde se sigue oficiando la misa diariamente. Este lugar tuvo notoriedad hasta hace cuatro siglos como puerto fluvial, donde llegaban por caminos de uña, mercancías del interior para su expedición por Deba o, de éste para el recorrido inverso. A partir de 1846, la puesta en marcha del conocido balneario, donde acudían numerosos agüistas, supuso un nuevo florecimiento. Durante la época de los baños, que duraba tres meses, se oficiaba misa diaria en la capilla del establecimiento.

Paco Isasti con seis años, empezó de monaguillo y se inició en el oficio de campanero poco después, ayudando a su abuelo José Irusta Ulacia (1866), que se mantuvo en la actividad hasta los 70 años, muriendo con 79. No ha percibido retribución económica por su trabajo de sacristán-campanero, permitiéndosele el uso de una vivienda contigua, propiedad de la Iglesia. Por el mantenimiento del reloj, el Ayuntamiento de Elgoibar le abona una módica cantidad. Lógicamente, conoce como nadie los toques habituales de la Iglesia de Alzola, utilizando algunas o las cuatro campanas (una a cada lado del campanario), sintiéndose orgulloso de su actividad.

Pako Isasti IrustaPaco Isasti Irusta en la actualidad (Cedida por Barren).

Laureano Telleria Ordozgoiti (1935) que con unos diez años empezara a ayudar a misa como monaguillo y más tarde, a colaborar con el campanero (que también era sacristán) Serafín Insausti, que fue su maestro. En los veintidós años que lleva responsabilizándose del campanario (5 campanas), ha subido los veinte escalones que separan la Iglesia del coro, más los ciento veintiséis hasta el campanario (de empinado caracol), más de mil veces. En el pasado, una vez oscurecido, con la ayuda de un farol y obviamente solo.

Por su actividad como campanero y encargado del cuidado del magnífico reloj de construcción artesanal de Segura, no ha recibido retribución, hablando con satisfacción del oficio, en el que sigue, aunque con una actividad mucho más reducida que en el pasado, porque en su mayor parte, se han mecanizado los toques, conservando los ritmos tradicionales de Segura.

Aunque la nómina de los campaneros es muy amplia, debemos al azpetiano José Ignacio Alberdi Egaña la referencia a Pedro Foncueva (1669), Sebastián Quintana (1716) y Antonio Palacios (1775), citados por Imanol Elías Odriozola (Azpeitia Historiaren Zehar, publicado por el Ayuntamiento de Azpeitia en 1997), así como a los sacristanes José Ignacio Abalia y Félix Epelde, que ejercieron desde principios del siglo XX hasta la década de los ochenta.

Los campaneros, que con frecuencia seguían en la profesión hasta edades avanzadas, tenían crecientes dificultades para subir las empinadas escaleras a las torres, con el consiguiente aumento del riesgo de accidentes. También se conocen casos de morir electrocutados por el rayo, lo que obligó a colocar pararrayos en las Iglesias. También se ha llegado a atribuir al campanero la poca eficacia de los toques contra la tempestad o los conjuros, porque "lo hacía mal aposta, al pagarle poco".

Enrique Fernandez de GaraialdeEl campanero de Alsasua, Enrique Fernandez de Garayalde, fotografiado el 1 de Julio de 1976 entre dos campanas mayores. (Fototeka Kutxa).

Aunque en una profesión como esta, ejercida por miles de personas, con gran predominio de los hombres (al limitarse la presencia de la mujer a pequeñas iglesias o ermitas), ha habido campaneros de variadas características, si bien, han sido frecuentes los que han organizado su vida en torno a su profesión, lo que les convertía, en buena medida, en solitarios.

Son muchas las anécdotas relacionadas con los campaneros. Durante la difícil post-guerra civil, época de prohibiciones y géneros requisados, no se permitían las matanzas caseras, que solo podían llevarse a cabo desafiando la vigilancia. En un caserío guipuzcoano, mientras sacrificaban de noche un cerdo, se produjo una hoguera al quemar los pelos del animal, que un vecino interpretó como un incendio, por lo que avisó al campanero, que rápidamente, informó a todo el vecindario mediante los toques de campana habituales para esta emergencia. Los muchos que acudieron a ayudar en la extinción del incendio, incluidos los dos números de la guardia civil, no se explicaban en un principio, los esfuerzos del baserritarra para evitar la colaboración que, eso sí, agradecía mientras trataba de alejarlos del caserío, para evitar que se descubriera su tarea y le decomisaran el valioso cochino.

También refleja la situación de la época, la obligación impuesta a los campaneros de algunos lugares, de repicar campanas por la toma de poblaciones importantes.

Emilio OtxandorenaEl campanero de Lezaun (a la izquierda de pie), Emilio Ochandorena en 1990 (Cedida por Ion Gutierrez Irigoien).