Al ingresar en el cuerpo, todos los torreros eran destinados forzosamente a un faro aislado, es decir "situado en islotes inhabitados o a los que no se puede llegar en tiempo normal con embarcación tripulada por un solo hombre y los emplazados en puntos distantes más de 15 km. de poblados en los que haya Iglesia, escuela y médico", donde debían prestar sus servicios un mínimo de tres años, cuyo transcurso se esperaba con avidez para poder cambiar de destino.

Aunque en todas las profesiones dependientes de la Administración Pública, las obligaciones se concretan de manera detallada, en el caso de los fareros la legislación de principios de los años veinte lo hace todavía de manera más pormenorizada, posiblemente por las graves consecuencias, como naufragios, que pudieran derivarse de los errores de estos profesionales.

Entre las obligaciones principales se detallan las de prestar el servicio de las señales marítimas, cualquiera que sea su clase y naturaleza; encender las luces; vigilar el alumbrado durante la noche, cuidar de la limpieza de los aparatos ópticos y acústicos de las máquinas de todas clases y de todos los efectos del servicio, así como del moblaje, edificios, explanadas, huertas y demás accesorios, recoger los datos meteorológicos y llevar los registros, con arreglo todo a las órdenes e instrucciones que se les comunique por los Ingenieros o ayudantes encargados del servicio marítimo y de la provincia.

El faro de Zumaya a principios de siglo. En la parte delante la vieja Atalaya y en primer término a la derecha la baliza que reflejaba los destellos del faro y servía de orientación a los barcos en la maniobra de entrada al puerto (cedida por Javier Carballo).