Utiles para la pesca

La elaboración de útiles para la pesca como ganchos y "kakuas" para sacar bonito, salabardos y arpones para la captura de tollinos o delfines, fue otra de sus actividades.

Estos últimos consistían en una barra de 14 milimetros de diámetro y 600 de largo a la que se sacaba un cono, de unos 200 milímetros, en uno de sus extremos con una abertura de 60 mm. de diámetro por la que se introducía el mango de madera generalmente avellano o fresno. En el otro extremo se fijaba la cabeza del arpón, también forjada.

Para la obtención del cono introducían la barra en la fragua y una vez caliente, sujetándola con una mano sobre el yunque, la golpeaban fuertemente con un martillo manejado por la otra, hasta dejarla en forma de una lámina triangular de espesor delgado. A continuación golpeándola también con el martillo primero sobre el extremo del yunque y luego sobre un mandril, la envolvía sobre sí misma formando definitivamente el cono deseado.

A continuación forjaban la punta del arpón, partiendo de un trozo corto de barra agujereándola por uno de sus extremos y sacándole en sus laterales dos aletas u orejas, por las que previamente perforadas pasaría un pasador que la uniría al extremo de la barra inicialmente elaborada. De esta forma la punta podía girar. En el momento del lanzamiento del arpón la punta permanecía alineada con el resto de la barra por medio de un asa de cuerda. Una vez clavado en el animal, el pescador tirando de una cuerda liberaba el asa, con lo que el extremo podía girar libremente, de forma que al tratar de escapar el animal capturado, la punta se cruzaba en el interior de su cuerpo quedando firmemente unida a él, e impidiendo la fuga.

Debido a la agresividad del ambiente salino todas las piezas utilizadas en las embarcaciones se oxidaban rápidamente, por lo que se hacía imprescindible protegerlas convenientemente, lo que se conseguían recubriéndolas con un baño superficial de zinc, en su propio taller. Para ello disponían de dos calderas de unos 80 litros cada una. En la primera de ellas vertían agua y colocándola sobre la fragua la calentaban hasta unos 40°C, momento en que añadían lentamente ácido clorídrico. En él introducían las piezas que quedaban limpias de grasa, óxido y suciedad. A continuación con unas tenazas sacaban las piezas, se dejaban secar y aún calientes se introducían durante 1 minuto en el otro recipiente, conteniendo cinc fundido, que obtenían de canalones de tejados y tubos de desecho, calentado también sobre la fragua.

Actualmente, y como consecuencia de la práctica desaparición de la construcción de embarcaciones de madera, el taller ha cesado en su actividad después de cuatro generaciones y unos 100 años de trabajo.