Viajes interminables

En los años cincuenta del siglo pasado, los viajantes de comercio que trabajaban a comisión sobre las ventas que conseguían a una o varias empresas, solían tener reservada, en exclusiva, una determinada zona o región española, aunque en algunos casos, abarcaban todo el país. Su primera tarea era "hacerse con el muestrario", en especial, las novedades, los precios y condiciones de venta. Todo ello, habitualmente, ocupaba una maleta de variado tamaño, pero con frecuencia de notable peso. En los casos en que representaban "varias firmas", procuraban siempre que los clientes fueran los mismos.

Además de la maleta "con los muestrarios", el viajante llevaba como mínimo otra y habitualmente otras dos, con la ropa y los enseres que iba a necesitar durante su siempre largo viaje. José Martínez Rabanal (1921), que ejerció la profesión durante cuarenta años, recuerda con nostalgia: "Llevábamos una maleta en cada mano y otra debajo de cada brazo".

Viajaban en tren o en autobús, si era posible de noche, "para poder trabajar al día siguiente", y cuando lo hacían de día, procuraban juntarse con otros viajantes y aliviar las largas horas, en muchos casos, que exigían los desplazamientos, teniendo casi siempre, que utilizar distintas líneas para llegar a los lugares de destino. Hay que imaginarse lo que suponía desplazarse desde cualquier lugar de Guipúzcoa, hasta Galicia o Levante o, todavía más penoso, Andalucía, y no solo a las capitales, sino a los pueblos principales. La presencia de estos profesionales en los medios de transporte era frecuente y percibida por los restantes viajeros, con los que casi siempre acababan  conversando amigablemente.

La duración de los viajes era muy diversa, según "la ruta de cada uno", siendo muy frecuente, los tres o cuatro meses, aunque había casos, sobre todo catalanes, en que solo volvían a sus casas una vez al año, por Navidades.

La disponibilidad de coche, avanzados los años sesenta del siglo pasado, inicialmente el Renault 4 y el Seat 600, supuso una mejora fundamental para los desplazamientos, pero también planteó problemas, no solo porque obligó a aprender a conducir, lo que muchos viajantes de cierta edad no pudieron superar, sino porque encareció notablemente los viajes. Además, en las carreteras de la época, las nieves y tormentas convertían en ocasiones los viajes en cuasi-epopeyas.

Un viajante de comercio realizaba un mínimo de 50/60.000 Kms. anuales y los coches de la época no duraban más de unos cuatro años.

Viajantes en 1962Viajantes en 1962.