El montaje final

La unión de la montura con la tela y el mango, lo que generalmente se conoce como “fabricación del paraguas”, se ha realizado por talleres ubicados en los principales núcleos urbanos y que pudieron llegar hasta 200 en el conjunto español, siendo Cataluña donde tuvieron una especial importancia.

En Guipúzcoa fueron franceses, que llegaron a San Sebastián durante la primera guerra europea (1.914/18), los que iniciaron esta actividad que fue asimilada por los artesanos locales. Los nombres actuales de los distintos componentes del paraguas, son de claro origen francés. En Oñate, al amparo de la fábrica de Garay, llegó a haber hasta seis talleres.

Los “fabricantes de paraguas” han importado hasta mediados de siglo, una gran parte de los materiales que necesitaban, como el algodón (de Inglaterra), seda natural (de Italia) o las mezclas (conocidas como seda de familia) siendo sustituidos, hace cuatro o cinco décadas, por la oferta española. La consolidación de la producción de monturas por Garay de Oñate, a mediados de los años veinte, permitió también sustituir las importaciones. La llegada de los materiales sintéticos, como el nailon, supuso otro cambio importante.

Las telas se cortaban, en triángulos, a la medida requerida, lo que se hacía utilizando tijeras y extendiendo el material sobre una mesa (habitualmente de 5 x 0,95 m.) y utilizando patrones con asa (de madera los de uso más frecuente y de cartón los restantes). A continuación se unían mediante máquinas de coser, provistas de  “dobladilladores” y accionadas a pedal.

Sombrillas, parasoles y paraguas Sombrillas, parasoles y paraguas, ya se utilizaban a principios de siglo por las clases más acomodadas. Veraneantes en Deba.

Seguidamente se llevaba a cabo lo que en el argot se conoce “hacer el culo”, es decir, unir a mano todas las telas ajustándolas a la caña o palo (“tringla” si es metálico), para pasar a coser los “capitos” (unir el final de la costura a cada extremo de la varilla ).

La siguiente operación conocida como “armar”, consiste en sujetar o colocar la tela a todas y cada una de las varillas, de tal forma, que cada costura quede sobre las mismas unida a su centro. En cada articulación se coloca una “virolette” o refuerzo de tela con la finalidad de protegerla. Se continua colocando el “moño”, pequeño pedazo también de tela plisada  y fruncida que se sitúa en el centro, rodeando a la caña por el exterior encima del tejido, pasándose finalmente a colocar la placa “placar”, sombrerete metálico, que se introduce en la punta (extremo) de la caña para sujetar la tela y evitar la entrada de agua, sirviendo al mismo tiempo como decoración. Asimismo se coloca el cinto que sirve para recoger la tela cuando el paraguas se encuentra plegado, teniendo todas estas operaciones un marcado carácter manual.

La colocación del puño (comprado en el mercado) de muy diversas calidades, clases y colores, se hace mediante su taladrado y ajuste al palo o caña para pasar a pegarlo con cola de carpintero.

El montaje a excepción de la empuñadura y la operación de “placar”, se llevaba a cabo en los propios talleres, aunque también era frecuente realizarlo como trabajo domiciliario con máquinas de coser domésticas, para lo que se entregaban todos los materiales necesarios. A la recepción del trabajo se revisaba minuciosamente el cumplimiento de las condiciones pactadas.

En los años sesenta un taller artesanal medio llegaba a montar anualmente unos 100.000 paraguas con variedad de modelos y colores.