De las modelos a las raquetas

Desde muy joven, Valentín Zumalabe empezó a trabajar en el astillero que tenían en Mutriku su padre, Francisco y Pedro Manuel Egaña, de forma que cuando en 1921 tuvo que ir a Madrid a cumplir el servicio militar, era un consumado ebanista, lo que le permitió, al término de sus obligaciones militares, establecerse en la capital, realizando diversidad de trabajos para el Ministerio de Marina.

La capacidad artesanal de Zumalabe se evidenció al resultar ganador del concurso público convocado para reproducir, a escala reducida, la nave Santa María que formó parte la expedición española dirigida por Cristóbal Colón en su primer viaje a América. El trabajo estaba destinado al Gobierno del Reino Unido para su exhibición en el Science Museum de Londres. La maqueta, que sigue expuesta al público, la construyó el mutrikuarra en tres meses y percibió por ella 3.600 pesetas.

A partir de este éxito, los servicios de Valentín Zumalabe fueron muy solicitados entre otros por De la Cierva - a quien se atribuye el primer autogiro – para la construcción de modelos que utilizaba en sus investigaciones.

Durante los años veinte del siglo XX eran numerosos los pelotaris puntistas mutrikuarras (Pistón, Guillermo Etxeberria) que actuaban en el frontón Madrid, así como jugadoras vascas, con las que Zumalabe mantenía una asidua relación.

El empresario Ildefonso Anabitarte Anza acabó encargando a Valentín Zumalabe la fabricación de raquetas, como es habitual entre vascos, con apuesta por medio.

Valentin ZumalabeEl gran constructor de raquetas, Valentín Zumalabe.

Aceptando el reto, el artesano se desplazó a su pueblo natal y logró su propósito. Compraba fresnos "lizarrak" en el entorno, de los que únicamente utilizaba los primeros 1,9 metros del tronco pues con el resto, hasta 8 metros, nunca consiguió hacer una buena raqueta. A continuación serraba la madera en tiras de 30 por 14 centímetros a todo lo largo de los ya citados 1,90 metros para, posteriormente, someterlas a 2.500 atmósferas de presión en una caldera de vapor que él mismo preparó.

Continuaba dando forma al aro de la raqueta utilizando unas plantillas preparadas al efecto, que sujetaba con "sargentos". Hacia 1940 la pieza única del aro de la raqueta empezó a sustituirse por tiras pegadas pero con resultados peores. Por separado, preparaba los mangos, hechos con madera del corazón del nogal y que unía a los aros. Al término de esta fase, mediante una plantilla y en una máquina ideada para esta finalidad, procedía al agujereado, donde, posteriormente, los raqueteros de cada frontón las encordaban.

Valentín llegó a fabricar 3.000 raquetas al año, que exportaba a todos los países donde se practicaba esta especialidad.

La menor actividad de las raquetistas, a lo que contribuyó como ya hemos señalado la puritana moral de la post-guerra civil, así como la aparición de nuevos materiales y tecnologías de producción, fueron desplazando a las raquetas que fabricaba Valentín Zumalabe. Pero su capacidad artesanal y el conocimiento del oficio tuvieron continuidad en las embarcaciones de pesca y recreo, en cuya construcción y mantenimiento fue también un maestro.

Raquetistas"Raquetistas del cuadro del frontón Madrid en los primeros años cuarenta del siglo XX, la mayoría eibarresas. (Fotografía cedida por José María Urrutia).