Trabajo muy duro

Hasta los años sesenta del siglo XX una gran parte de los caseríos no disponían de acceso para vehículos motorizados y en consecuencia el recorrido por los caseríos lo hacían frecuentemente a pie, por caminos de tierra, cargados con sus bultos, generalmente dos maletas que llevaban una en cada mano, o con un fardo sobre sus hombros,” fardel”, frecuentemente una tela de colchón con la que envolvían los productos que llevaban para su venta atando entre si sus cuatro extremos y sujetando todo con un cinturón de cuero, aunque también era frecuente que se ayudaran con un burro o mulo para transportar la carga.

Debido a la abrupta orografía de nuestro País, debían superar fuertes pendientes cargados con su oferta, "sudando la gota gorda". En estas condiciones era frecuente que recorrieran del orden de 15 Km. diarios y visitaran entre 10 y 12 caseríos.

Unos vendedores, que salían de su casa por la mañana, se acercaban al área de trabajo prevista, utilizando los medios de transporte público de los años cincuenta, tren y autobús, generalmente con uno o varios transbordos, para, de esta forma, alcanzar el punto de inicio de su recorrido a pie, que duraba toda la jornada, para una vez terminada, volver de la misma forma a su domicilio. Otros salían para varios días, instalándose en una pensión o venta, recorriendo desde ella las zonas circundantes. Comían en las tabernas y bares de los barrios rurales, en lugares fijos, en los que eran conocidos, y en caso de no haberlos, pedían algún alimento en un caserío, pagando frecuentemente con mercancía.

Llevaban un amplio paraguas, de eje sólido de tubo, ballenas resistentes y tela gruesa para protegerse de la lluvia, que en ningún caso interrumpía su labor, y se calzaban con robustas botas.

vendedor ambulante de tejidosAsí recuerda Julen Zabaleta a "Coro", vendedor ambulante de tejidos, con su fardo de artículos y su vara de medir.

Hasta mediado el siglo XX, la mercancía que unos vendedores ambulantes ofrecían por los caseríos era, ropa interior para mujeres y hombres, medias, delantales, batas de diario y camisas y pantalones, en su mayoría para el trabajo de los hombres, elaborados con tejido de "mahón de Vergara", fuerte. Otros se dedicaban a la venta de telas y retales del mismo tejido, popelín y satén, y para la confección de batas de mujer y camisas.

Así mismo portaban un muestrario de telas para vestidos, sábanas y manteles, y completaban su oferta con hilos, botones, agujas, tijeras y hasta navajas en algún caso. A éstos se les llamaba quinquilleros (kinkilleruak), nombre que por extensión se aplicaba a todos los vendedores ambulantes de tejidos. En algunas zonas (Tolosa, Eibar, etc.), se les conocía también como pasiegos.

Frecuentemente su visita, anunciada por los ladridos de los perros, era un pequeño acontecimiento en los caseríos, que variaba el ritmo de trabajo diario.

Primeramente, la mujer compraba lo que ella necesitaba para sí, después para los hijos y finalmente para su marido y resto de los hombres de la casa. En caso de que el vendedor no tuviera el artículo deseado, tomaba nota y lo traía en la siguiente visita.

Todos sus artículos los compraban en almacenes mayoristas, los de Bizkaia y oeste de Gipuzkoa casi siempre en Bilbao, aunque a partir de los años sesenta también a mayoristas instalados en poblaciones menores, existiendo algunos especializados en el suministro a los vendedores ambulantes. De estos últimos almacenes dependían un grupo de vendedores (seis o más), que trabajaban el entorno geográfico de forma autónoma, aunque con una fuerte vinculación, y respetándose entre sí, clientes y zonas de actuación.