Operaciones finales

A continuación, a la pieza así elaborada, se le sacaba el borde curvado o nervio que esta herramienta lleva a lo largo de todo su canto posterior. Para ello, se golpeaba la hoja entre las bocas de un martinete, esta vez en frío, mientras un trabajador sentado frente a él, la iba moviendo con sus dos manos hacia delante y hacia atrás, entre golpe y golpe.

Como consecuencia de las operaciones anteriores, la superficie así obtenida tenía irregularidades, por lo que era preciso alisarla, lo que se conseguía en la operación denominada planeado, que se efectuaba también y como la mayoría de las operaciones, en un martinete.

El trabajador, sentado frente a la máquina, cogía la pieza fría con unas tenazas por cada uno de sus extremos y la iba moviendo a mano, adelante y atrás y de izquierda a derecha, de forma que toda su superficie pasara bajo las dos bocas, para que por los rapidísimos golpes que éstas daban, quedara su superficie sin irregularidades, lisa y con la concavidad característica de la hoja de la guadaña, lo que se conseguía utilizando bocas con una ligera curvatura. Seguidamente, se eliminaba el material sobrante en la zona del filo, cortándolo a golpe en una tijera  para metales de accionamiento manual, operación que se hacía a ojo, para  seguidamente  comparar la pieza con una plantilla. Mas tarde se incorporó una  cizalla mecánica que disponía de un útil de corte, con la forma curvada característica,  de forma que se uso no requería ninguna especialización.

Tras doblar el mango, calentándolo y utilizando un útil especial, se daba la dureza necesaria al acero mediante su temple, para lo que se calentaba a 840ºC en un baño de plomo y se enfriaba en otro de nitrato y potasa a 300ºC, con lo que se evitaba, en una pieza muy delgada, un enfriamiento rápido que podía originar grietas, y se le daba al acero un temple blando que permitía aguzar el filo por medio de golpes de martillo dados a mano, labor que los labradores debían efectuar frecuentemente y cuando por uso se desafilaba la herramienta.

Como consecuencia del temple, la hoja se deformaba, produciéndose ondulaciones que era preciso eliminar, lo que se conseguía con el alisado. Esta era una operación difícil, cuya práctica requería cerca de un año de aprendizaje, volviendo a utilizar un martinete muy rápido, entre cuyas bocas, el trabajador colocaba y movía con sus manos la hoja de guadaña de forma que, por sus golpes se iba alisando.

Seguidamente se pasaba a su enderezado de la hoja, lo que se efectuaba a mano. Para ello, el trabajador, cogiendo con su mano izquierda la guadaña, la colocaba sobre un yunque y comprobaba visualmente si tenía la forma adecuada. En caso contrario, que era lo más frecuente, la golpeaba con un martillo, a mano, en el punto preciso, para corregir la deformación y eliminar el “blandeo”.

El trabajador debía saber dónde dar el golpe preciso, y su intensidad, lo que solo conseguía con años de práctica en el oficio, siendo una de las labores más difíciles de la fabricación de guadañas y de las mejor consideradas y retribuidas.

A continuación, la superficie de la hoja se alisaba e igualaba usando piedras de agua. Éstas eran unas grandes piedras circulares, hasta los años setenta de arenisca, de más de 1,50 metros de diámetro y  algo mas de 20 centímetros de grosor, que giraban sobre su eje a velocidad no elevada e iban, permanentemente, humedecidas por agua. El trabajador, de pie frente a ellas, cogía con sus dos manos la herramienta y la hacía deslizar sobre la parte superior de la piedra.

El proceso seguía con el pulido de la hoja a mano, usando poleas de forma curva, lo que no requería especiales habilidades, para posteriormente pasar a marcar sobre las dos caras de la hoja lo que llamaban "dibujo", consistente en una serie de picaduras o pequeñas marcas de golpes grabados en la superficie, a continuación uno del otro formando ondulaciones. Su función era únicamente decorativa. Éstas se efectuaban en pequeños martinetes con una cadencia de golpes rapidísima, con la boca superior puntiaguda y la inferior plana, entre las que el trabajador movía la guadaña con sus manos, rápidamente, entre golpe y golpe, describiendo oscilaciones. El trabajo requería cierta habilidad y atención.

Seguidamente, se pasaba a dar el filo final a toda la arista de corte, lo que se llamaba "picado del filo". Consistía en aplastar la arista, dejando muy delgado y afilado el material en esa zona por medio de sucesivos y rápidos golpes, dados también por un martinete, con su boca superior ligeramente curva y la inferior plana.

El trabajador, sentado frente a la máquina y cogiendo la guadaña con sus manos, hacía pasar toda la arista curva bajo las bocas, utilizando unos rodillos que le servían de guía. Con esta y las anteriores operaciones consistentes en golpear y deformar en frío la hoja de acero, se buscaba dar al acero un tensionado perfecto, lo que le permitía, posteriormente, mantener un filo delgado y vivo, clave para que los agricultores obtuvieran un buen rendimiento en sus labores, y origen del prestigio y aceptación de las guadañas fabricadas de esta forma.

De nuevo la hoja de guadaña  se volvía a  inspeccionar visualmente y a enderezar de forma manual golpeándola con un martillo sobre un yunque, para eliminar  las deformaciones producidas en el picado.

Con ello, quedaba finalmente conformada la guadaña y no quedaba más que poner un sello de tinta con la marca, dar un pequeño revenido para conseguir el color paja y cubrirla con un ligero barniz, tras lo cual, pasaba al almacén, donde se embalaba.

Siguiendo el proceso descrito, los setenta y dos trabajadores del taller de guadañas  en los años de máxima actividad, producían del orden de 400 a 500 hojas al día, cantidad que se redujo a 300 ó 350 unidades con cincuenta hombres, años mas tarde, dependiendo del número de los modelos fabricados.