La fabricación de hoces

Las hojas de hoz llegaron a emplearse como armas de guerra, atribuyéndose a los asirios la construcción de carros en cuyas ruedas se colocaban para que funcionaran como cuchillas. En la Edad media, unidas a un mango o palo, lo usaron los soldados de a pie, para romper los jarretes de los caballos. Incluso, en el siglo XVI en Alemania, se prohibió a los forjadores, bajo pena de muerte, su transformación en armas.

Como en el caso de otras herramientas, la construcción de hoces y guadañas y el pequeño yunque que, clavado en el suelo se utiliza para "sacarle el corte", se ha llevado a cabo tradicionalmente por los herreros, siendo los carpinteros los que fabricaban los mangos, así como el "sega-potu", pequeño recipiente con agua donde se depositaba la piedra de afilar, que el segador llevaba sujeta a la cintura mientras desempeñaba su oficio.

Con el inicio de la industrialización y, sobre todo, a partir de inicios del siglo XX, algunos herreros se fueron especializando en la fabricación de estas herramientas, incorporando alguna maquinaria, pero manteniendo, en esencia, su taller tradicional con su fragua y múltiples herramientas manuales, de forma que la fabricación seguía los procesos y tecnología tradicionales,  atendiendo la demanda local, comarcal e incluso regional. Uno de los más conocidos en el País, fue el herrero de Aramayona, sobre quien Juan Garmendia Larrañaga realizó un completo estudio y descripción. (1).

La producción de hoces fue una actividad importante en La Solana, población de la provincia de Ciudad Real, en la que existían varios talleres, destacando los de la familia Reguillo, (con la marca “La Pajarita”) y los de C. Romero que mantienen la producción. En sus alrededores existía también una abundante fabricación de tipo artesanal, abasteciendo entre ambas una parte importante del consumo español.

 

(1) Euskal Herria Etnográfia Historia. Juan Garmendia Larrañaga. Obras completas. Tomo 2. Pag. 236.