La restauración

Los condicionantes económicos

Las restauraciones de prácticamente todos los edificios monumentales e históricos son financiados con dinero público bien por adjudicación directa o concurso a partir de cierta cuantía. Esta circunstancia imprime características singulares a la actividad de estos especialistas.

En la mayoría de los casos las partidas presupuestarias dedicadas a la Conservación y Restauración del Patrimonio Histórico – Artístico son insuficientes para atender debidamente incluso las necesidades urgentes lo que obliga a las empresas y los profesionales que se presentan a los concursos a adaptar su intervención a los plazos impuestos y los recursos económicos disponibles, basándose, en ocasiones, en un examen visual de la obra a intervenir y sin los análisis y pruebas deseables.

RestauradoresRestauradores en plena actividad. (Cedida por Petra, S. Coop.)

 

Los trabajos

Cualquier restauración requiere con carácter previo a su inicio el conocimiento y valoración de la realidad histórica, física y estética del edificio objeto de intervención. Para ello debe investigarse sobre fuentes literarios y los métodos y técnicas constructivas que se utilizaron en la época de su edificación, así como los distintos usos a que se le ha sometido. También es importante detallar las reparaciones, si las ha habido, llevadas a cabo en el pasado. A todo ello debe añadirse el estado actual del bien a conservar, dejando constancia de las causas que han dado lugar a los deterioros, lo que se lleva a cabo de forma escrita, en fotografías, planos y gráficos.

La disponibilidad de toda esta información, tras considerar las distintas opciones, debe permitir determinar los criterios básicos de la intervención más conveniente y los plazos de ejecución. A pesar de todo ello pueden surgir las sorpresas por el grado de deterioro de los materiales superior al esperado lo que obliga a variar el tipo de tratamiento, con frecuencia, de mayor coste y tiempo de trabajo más largo.

Entre los tratamientos y materiales más comunes utilizados en la restauración de edificios, destacan:

  • Eliminación de suciedad superficial de forma mecánica.
  • Extracción de sales.
  • Eliminación de ataque biológico.
  • Fijación y consolidación del soporte.
  • Limpieza utilizando medios húmedos colocando paletas de pasta de papel neutro impregnadas de un medio químico que actúa solubilizando la costra negra.
  • Limpiezas en seco, mediante la proyección de abrasivos a baja presión con cargas de dureza inferior a la de la piedra a tratar como óxido de aluminio, silicato de aluminio, piedra pómez, microesferas de vidrio, granalla vegetal (cáscara de nuez, avellana), goma wishab.
  • Limpieza con láser para eliminar costa negra, lechadas.
  • Colocación de morteros tradicionales de cal y arena.
  • Reintegración cromática a base de aguadas ligeras de cal y pigmentos naturales estables.
  • Protección con una resina acrílica o hidrofugante.

Las herramientas y materiales principales que utilizan los restauradores son las destacadas escalpelos y bisturís, brochas, cepillos, cinceles, microcinceles neumáticos, martillos, vibroincisores, microabrasímetros conectados a compresores neumáticos que proyectan cargas abrasivas con baja presión controlada con manómetros, láser, cubos, esponjas, cal aérea, cal hidráulica, arenas, polvos de mármol de colores, pasteras, cedazos, jeringas, probetas, embudos, mangueras de agua, mangueras rizadas, toldos, algodón, focos, regletas, alargadores eléctricos, pinceles, acuarelas, pigmentos.

Guillermo Unzetabarrenetxea (La carcoma y las abejas Akobe nº 2), describe el trabajo de los restauradores Empiezan por erigirse andamios enormes en los edificios a restaurar que se pueblan de compresores y bidones de productos químicos, de piquetas y bisturís, instrumental óptico de ala precisión y niveles de albañil, cajas y cajas de guantes de goma y pinceles y esponjas, kilómetros de algodón en rama y sacos de no sé qué, focos y alargadores eléctricos, carpetas, papeles, bolígrafos. Y toda esa barahúnda no es nada más que lo necesarios para empezar su labor.

Trabajan con un respeto absoluto hacia lo que los siglos aún no han destruido. Su objetivo es dejar a la vista lo que haya sobrevivido a la erosión, no sustituirlo o cubrirlo por nuevas capas de pintura. Con la misma paciencia infinita que el tiempo contra el que luchan, con la misma delicadeza con que se depositaron las capas de polvo, con la misma firmeza con que los cimientos sostienen las catedrales, las manos de los restauradores revolotean como colibríes que tuvieran pinceles o escalpelos en las alas; van eliminando a micra pinturas chapuceras, hongos criminales, detritus corrosivos, bichos asquerosos, carbonillas opacas. Para el profano resulta sorprendente esta actividad frenética pero casi inmóvil. Ahínco de termitas, sabiduría de doctores, ternura de amantes, posturas de penitente. Lo más fascinante es que esas manos que se mueven con precisión de cirujano y gusto de artista son el último eslabón, el decisivo, de una cadena compuesta por toneladas de metal y maquinaria puestas a su servicio. Humano, “hermoso, simbólico”.