Carteros rurales

Los carteros rurales se diferenciaban básicamente de los urbanos en que podían trabajar a tiempo parcial y con mayor autonomía. La exigencia del administrador de la estafeta del que dependían era mucho menor y no iban uniformados aunque contaban con credencial y distintivos (brazalete y placa). Disponían de oficina llamada de demarcación y de buzón o buzones para el depósito de correspondencia. También se hacían cargo de los giros y reembolsos en las horas fijadas para atender al público, actuando como intermediarios de las estafetas.

Recogían las sacas de correspondencia en la estación del ferrocarril más cercano o de una conducción (contrato de Correos con un tercero para el traslado de la misma) y los giros (metálico) y reembolsos, previamente contabilizados (intervención) por la estafeta de la que dependían.

El reparto tenía más dificultades que en los centros urbanos al estar mucho más diseminados los domicilios de los destinatarios. Cuando la configuración del terreno lo permitía era frecuente, en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, el uso de la bicicleta. En muchos casos la llegada del cartero constituía todo un acontecimiento pues traía noticias de los hijos que cumplían el servicio militar o de familiares alejados. A la carta inesperada también le acompañaba un cierto temor pues con frecuencia era el medio para comunicar hechos luctuosos.

Entre las retribuciones de los carteros urbanos y rurales, ambos a jornada completa, había una gran diferencia, pues a finales de los años setenta aquellos percibían unas 40.000 pesetas mensuales, a estos últimos se les compensaba con unas 7.500 pesetas.

Actualmente los 11.000 carteros rurales representan casi una quinta parte de la plantilla de correos.

Monumento dedicado al cartero en BaracaldoMonumento dedicado al cartero en Baracaldo. Foto Fernando Gómez.