Carteros urbanos

En general dependían directamente del administrador de la estafeta u oficina de correos, situado en un núcleo urbano de cierta magnitud y con una actuación de ámbito comarcal, aunque en las estafetas de determinada entidad, existía la figura del cartero mayor como encargado de varios carteros urbanos. Sus tareas básicas eran la clasificación y el reparto de la correspondencia a sus destinatarios, así como otras labores accesorias, entre las que cabe señalar la recogida de buzones.

La correspondencia que llegaba se iba clasificando en “monteras” o pilones según zonas, barrios y calles, ordenándose posteriormente por números según el recorrido a realizar “el embarriado”.Se separaba lo ordinario y lo certificado, llevando el administrador la intervención o control, entre otros de los giros y reembolsos. El correo certificado que llegaba se respaldaba estampando el sello de fechas en su reverso. El de salida “se matasellaba y refrendaba” a mano, con los tampones para “matar el sello y la carta”.

La jornada de trabajo se prolongaba hasta finalizar el reparto de todo lo que había llegado, sin horario definido, en muchas ocasiones .Valentín Crescente Saenz de Cámara (1923-2001) que durante 40 años desempeñó labores de cartero urbano en Gallarta, recordaba que hasta bien entrados los años sesenta, el reparto era diario, incluso los domingos y festivos, no pudiendo disfrutar muchos años de vacaciones por no encontrar personal para sustituirle.

Antes de salir al reparto se exigía al cartero que vistiera el uniforme completo, que era de un único color todo el año, pasando posteriormente a diferenciarse en verano (gris) que en invierno (azul marino). Ambos constaban de chaqueta-guerrara y pantalón, con raya roja en ambos lados y corbata. Los zapatos o sandalias, según fuera verano o invierno, y la inevitable gorra de plato que le daba al cartero un cierto aire de oficialidad. Con la valija al hombro (bolsa de cuero) y el silbato comenzaba el recorrido.

En algunas zonas de nuestro país los carteros subían a los pisos y entregaban las cartas a sus destinatarios, aunque lo habitual en los años sesenta según un veterano era “un toque largo de silbato seguido de una pausa para dar tiempo que atendieran y se voceaba los nombres de los destinatarios, que a su vez bajaban a recoger su envío”. Otra forma que también se usaba para anunciar la llegada del Cartero era además del silbato, la aldaba que había en los portales con portones de madera, utilizando los códigos o señales convenidas. Se daban tantos "aldabonazos" como correspondía con el número ordinal del piso para cuando era mano derecha y para la izquierda y al final se repicaba. Es decir: cuando era el 3º derecho el que tenía la carta, tres aldabonazos solo, y cuando era para el 3º izquierdo, tres aldabonazos y repique.

Carteros urbanosCarteros urbanos con las valijas (carteras) al hombro iniciando el reparto en 1946 en San Sebastián (Fototeca Kutxa).

También se daban situaciones singulares como la vecina de un piso alto que, a la llegada del cartero, hacía bajar por el hueco de la escalera una pequeña cesta atada a una cuerda donde el repartidor depositaba la correspondencia.

La dotación de bicicletas en los años de la posguerra y la motorización a principios de los setenta (ciclomotores y motos) y la utilización de automóviles, algunos años más tarde, contribuyeron a una mayor humanización del reparto.

Joaquín Alberdi Arteche nacido en 1920 en el azcoitiano caserío Izaguirre-aundi y que ejerció como tercer cartero urbano durante 37 años en su pueblo natal, al igual que su hermano y ahora un hijo, recuerda que hacía 1950 la correspondencia era escasa "de modo que la llevábamos en las manos no utilizando la cartera". Predominaban las cartas familiares así como paquetes con ropa y a veces comida dirigidos a los que cumplían el servicio militar, siendo muy escasos los giros y reembolsos. La retribución, en estas fechas, también era escasa, 8.000 pesetas anuales "con seguridad social".

En algunos lugares del país, al cubrirse las vacantes de cartero provenientes de la inmigración y llegar las cartas dirigidas a las direcciones tradicionales (que se habían cambiado por otras oficiales), los carteros que conocían la localidad dedicaban una parte notable de su tiempo a corregir esta situación, para que pudiera llevarse a cabo el reparto.

A principios de los años ochenta la retribución de los carteros funcionarios era del orden de 50.000 pesetas mensuales, casi el doble que los eventuales. En los años de crisis en la industria, las vacantes de estos últimos puestos se cubrían con cierta facilidad, lo contrario de lo que ocurría en las situaciones contrarias.

En los últimos años la relación personal de los carteros con los destinatarios de la correspondencia ha sufrido significativos cambios, con la desaparición prácticamente de la carta familiar, instalación de timbres, buzones domiciliarios, publicorreo y venta por correspondencia entre otros. Todo ello ha hecho que actualmente el contacto sea más distante y menos entrañable de lo que fue antaño, sobre todo en las grandes poblaciones. Hasta el nombre ha cambiado, pues los antiguos carteros urbanos pasaron a denominarse A.C.R.s (Auxiliares de Clasificación y Reparto).

CarterCartera buzoneando correspondencia hacia 1970.