Entre el arte y la artesanía

Una buena parte de los constructores de violines han sido tradicional-mente verdaderos artistas que dominaban, entre otros, los secretos para conocer y tratar las maderas, las proporciones de las distintas piezas, clases y calidad de los barnices que solo se han transmitido hasta nuestros días de manera parcial. A todo ello hay que agregar una gran habilidad manual y larga experiencia. En torno a estos maestros se agrupaban los discípulos formando distintas escuelas que mantenían la tradición.

Aunque su construcción ha llegado a industrializarse, sobre todo en el sureste asiático, no se ha logrado la calidad tímbríca de la producción artesanal, que mantiene una notable actividad, utilizando los mismos materiales y herramientas que hace tres siglos, tanto para la restauración de los instrumentos antiguos, como para atender la demanda de profe-sionales y de estudiantes a partir del grado medio.

Las 69 piezas que componen un violín son el resultado de múltiples tanteos y estudios y desempeñan un papel importante en el conjunto, de gran belleza estética y perfectamente adaptado al cuerpo, por lo que requieren una cuidadosa elaboración. El montaje tiene repercusiones sustanciales en el resultado final, por lo que debe de hacerse con gran cuidado.

Todas las maderas utilizadas son de excelentes cualidades vibratorias y en Europa originarias de las regiones montañosas de Suiza, Francia (Jura y Saboya), Alemania (Selva Negra) y Austria (Tirol), siendo el clima y el crecimiento particular de cada arbol los que determinan las diversas calidades, destacando los abetos del norte de Italia y del Tirol, situados entre los 1.200 y los 1.500 m. en terrenos orientados al oeste, que son utilizados después de 5 años de secado y aserrados en cuartos siguiendo la fibra de la madera.

El abeto (picea excelsa) se utiliza para la construcción de la tapa y el arce (acer pseudo platanus) y en ocasiones el chopo o sauce para el fondo, el mango y los aros y el ébano paras las clavijas, batidor y cordal.