La lejía artesanal

La primitiva lejía, “lisiba” fue progresivamente sustituida por otra obtenida mediante productos químicos industriales disueltos en agua en proporciones convenientes y que producía los mismos efectos. La obtenían de forma artesanal elaboradores, que al mismo tiempo, la envasaban y distribuían en las localidades donde vivían o en su entorno próximo.

Esta lejía elaborada artesanalmente hasta la década de los años cincuenta era una disolución en agua de cloruro de cal y sosa Solvay, (carbonato de sodio), más una pequeña cantidad de sosa caústica y en ocasiones algo de jabón para producir espuma. Su obtención se llevaba a cabo de forma muy sencilla mezclando los citados productos en un recipiente.

El cloruro de cal es un enérgico oxidante y blanqueador de tejidos e hilados, aunque corroe y debilita la fibra. Por ello aportaba a la mezcla su capacidad de eliminar las manchas y blanquear las ropas. Sin embargo su uso indebido ha contribuido a la pronta destrucción de muchas prendas que lavada por los antiguos procedimientos habrían durado mucho más tiempo. Por el mismo motivo se utilizaba como desinfectante y destructor de sustancias putrefactas y de bacterias causantes de enfermedades. La sosa Solvay aportaba también capacidad de blanqueo, siendo así mismo disolvente de las grasas.

Demostración de lesiba en ZerainDemostración de lesiba en Zerain (C.U. 09/99).

Las instalaciones donde se elaboraba lejía artesanal eran muy sencillas, constando de un local con varias tinas de diversos tamaños, que durante el primer tercio de siglo eran de piedra o cemento. Una instalación corriente podía disponer de una tina de 2.000 litros, dos de 500 litros y cuatro de 400, en las que se hacían las mezclas y almacenaba la lejía obtenida.

Para la elaboración en las tinas de 400 litros, se comenzaba la labor llenándola con unos 350 litros de agua corriente, que en algunos casos se obtenía de un manantial propio, añadiéndose unos 50 kgs. de cloruro de cal y otros tantos de sosa que se adquiría a la industria química y se recibían envasados en barricas. Con palas se llenaban unas cajas de madera, utilizadas como medida al objeto de conseguir la mezcla adecuada y a mano se vertían al agua de la tina.

A lo largo de estas operaciones se producían polvo y gases irritantes para los ojos y vías respiratorias del trabajador, por lo que este debía lleva la nariz y boca cubiertos por un pañuelo.

Efectuando el vertido, se removía todo manualmente utilizando una tabla durante al menos una hora. Terminada la operación, el líquido aparecía turbio por lo que era preciso dejarlo reposar una noche.

Al día siguiente la mezcla se transvasaba a otra tina y quedaba en el fondo un poso inutilizable que se retiraba con pala y frecuentemente se vertía a algún cauce público, aunque en algún caso y buscando otra forma de deshacerse se utilizaba para marcar campos de fútbol.

En la década de los años treinta muchos fabricantes locales fueron mecanizando el sistema incluyendo un batidor movido por un motor eléctrico a través de una polea de madera suspendida del techo del local, y una correa de cuero.

A partir de los años sesenta algunos elaboradores incorporaron un compresor de aire que a través de un tubo introducía aire a presión en el fondo de la cuba, originado de esta forma turbulencias que removían el agua y los productos químicos, facilitando su disolución.

Elaborando lejía artesanalElaborando lejía artesanal (Diubjo de Julen Zabaleta).