Montaje final

El montaje final de la bicicleta constituyó, durante muchos años, una compleja operación que llevaba a cabo cada trabajador hasta  que, con el aumento del número de unidades producidas, las mayores empresas (BH, Orbea, GAC), en unos casos con anterioridad a la guerra civil y en otros posteriormente, pusieron en marcha la llamada "cadena de montaje".

Consistía en un carril de forma ovalada suspendida del techo, en el que se colgaban, mediante ganchos, el cuadro con el manillar, horquilla y eje de pedalier (que previamente se habían ensamblado, lo que requería experiencia) y, sobre lo que cada uno de los 6 ó 8 trabajadores situados en torno a la "cadena" realizaban una o varias fases del conjunto y enviaba al siguiente la bicicleta que rodaba por el carril.

En los modelos más habituales, los componentes de la bicicleta a ensamblar al conjunto formado por cuadro, horquilla y eje de pedalier eran, la catalina, bielas y cadena, así como los frenos, guardabarros, guardafaldas (en las casos de los de "señora"), cubrecadenas y ruedas (sin cámara ni cubierta). La habilidad y experiencia requerida en cada operación era diversa, considerándose a los trabajadores del "montaje final" como de los más cualificados entre los "especialistas".

En el montaje final se evidenciaban las carencias de la planificación, pues tenían que coincidir todos los componentes necesarios para montar los modelos previstos, lo que era más difícil por la diversidad de colores, por lo que era frecuente que "el montaje estuviera parado", al faltarle alguna pieza de la tonalidad deseada.

La retribución de los trabajadores especializados en el montaje final, a final de los años cincuenta y principios de los sesenta, era de 48 pesetas en la jornada de 8 horas. La pensión "completa" en Eibar en la época, costaba en torno a las 35 pesetas día. Solo las horas extras “cuando había”, permitían un mínimo desahogo a los trabajadores.