Amolado, temple y acicalado

Seguidamente las armas pasaban al amolado en el que, con grandes piedras de arenisca, en forma de disco, que giraban sobre ejes accionados por ruedas hidráulicas, los amoladores eliminaban las irregularidades producidas por los golpes de martillo, alisaban las superficies de las caras y obtenían el filo de la punta y de los cantos.

Diversos autores han descrito el proceso de temple de las espadas, exaltando la habilidad y conocimientos empíricos en el oficio, de los maestros espaderos.

No hay constancia de cómo efectuaban el temple los espaderos vascos de los siglos XVI y XVII, pero sí del proceso utilizado en Toledo y dada la relación e intercambio de maestros, pues fueron numerosos los vascos que allí trabajaron, y la utilización de la misma materia prima, el acero de Mondragón, se puede suponer que serían similares.

Ramiro Larrañaga (1) menciona una descripción del proceso utilizado en el siglo XVIII en esta ciudad. De acuerdo con este documento para templar las espadas se colocaban las hojas sobre un reguero de lumbre en las 4/5 partes de su longitud. Con el material ya de color cereza las dejaban caer perpendicularmente y de punta sobre un cubo de agua del Tajo fría. A continuación y sobre el yunque las golpeaban con tiento y cuidado con objeto de corregir las curvaturas que podían haberse producido. Posteriormente y para revenirlas, una vez calentadas y de “color de hígado”, le daban “una mano de sebo de carnero o macho sin derretir y al punto empezaba a arder lo untado dejándolo así hasta el enfriamiento”. De esta forma la espada quedaba templada y revenida de forma que ni se doblaba ni se partía.

A continuación las armas se pulían o acicalaban con objeto de dar brillo a su superficie, utilizando ruedas de madera sobre las que pegaban con cola polvo de esmeril y que giraban alrededor de un eje movido por una rueda accionada por la fuerza del agua.

 

(1) Ramiro Larrañaga. Obra citada.