Un trabajo singular

Una buena parte de los trabajadores que formaban las brigadas y específicamente los calzadores, eran de caseríos próximos a nuestros ferrocarriles de vía estrecha y se reclutaban por relación personal, pues estos empleos no resultaban atractivos en comparación con los que ofrecía la industria. Para los basrritarras tenía una mayor interés, pues les permitía una buena parte del año, compaginar este trabajo con la actividad de su caserío.

Se trataba de un trabajo duro, al aire libre en todas las épocas del año, obligados a mover y cargar grandes pesos, con lo que con frecuencia, acababan con los riñones afectados y obligados a utilizar fajas. Además con relativos elevados riesgos y con horarios que dependían de la tarea a realizar, pues en caso de necesidad (desprendimientos, accidentes, etc.) no había límites ni de días, ni de horas de trabajo.

A pesar de todo ello, la retribución ha sido, hasta épocas recientes del orden del 60/70% de los especialistas de la industria del entorno. A título de ejemplo, señalemos en los primeros años setenta, percibían 210 ptas./día, es decir, 76.650 pesetas anuales.

Cada uno aportaba su comida (la habitual en el medio rural de nuestro país), que se preparaba sobre un fuego de leña, por un componente de la brigada en funciones de cocinero y que era designado por el capataz, generalmente entre los de más edad. La singular cocina se ubicaba frecuentemente junto a la chabola más cercana al lugar de trabajo (y en la que también depositaban su ropa y herramientas), pues eran numerosas las que ellos mismos habían construido a lo largo de la vía. Las comidas (a media mañana y al mediodía) se realizaban sentados sobre traviesas alrededor de los pucheros.

Nota:    Nuestro agradecimiento a José Adrián Arriaga y Juanjo Olaizola, por las valiosas informaciones que nos han facilitado.