Condiciones laborales

Aunque había tallistas autónomos, generalmente han sido trabajadores por cuenta ajena que desempeñaban su oficio en las empresas fabricantes de muebles llamados “de lujo”. Sin embargo ha sido frecuente que compaginaran esta actividad con la realización de trabajos de encargo que llevaban a cabo en sus domicilios o en pequeños locales los que les permitía aumentar sus ingresos.

Esta dualidad era posible por el reducido espacio que requiere la talla de la mayoría de las piezas y sobre todo porque las numerosas herramientas que utiliza el tallista eran de su propiedad. Las empresas que empleaban a estos artesanos les abonaban una cantidad aunque reducida en concepto de “desgaste de herramientas”.

Con anterioridad a la guerra civil española se les reconocía una categoría profesional “por encima de los ebanistas” que perdieron en los años cuarenta “equiparándonos a los aserradores” manifestaba un veterano tallista, que añadía “madera o corcho (refiriéndose a la reglamentación laboral que establecía los salarios) siempre peor que el metal”.

Remigio Lertxundi en 1942 en Arin y Embil ganaba 2,18 ptas. al día en jornada de ocho horas, que pasaron a 3,27 un año después, sin Seguridad Social por no llegar a la edad mínima requerida (catorce años). Recuerda que las fracciones se pagaban en sellos de correo, para cuando se completaba una peseta canjearlos en la propia empresa. En 1944 la retribución llegó a 4,5 afiliándole a la Seguridad Social, 16,70 en 1950, llegando a 18 hacia 1960 (6 días a la semana 10 horas jornada).

Manuel Sanjuan señala que, en 1944 un aprendiz de tallista ganaba unas tres pesetas al día y un oficial de primera del orden de quince, que tres años más tarde pasaron a veintidós.

Gabino Aizpurua señala que en Azpeitia era frecuente el trabajo a destajo cuando las tareas eran repetitivas (series de unas 20 piezas) “lo que perjudica la calidad”, pero permitía mejorar sustancialmente la retribución de los artesanos que era de unas 120 pesetas día en 1949, en jornadas de 10 horas, si bien en ocasiones no se trabajaba los sábados por la tarde.

Desde mediados los años cincuenta del siglo pasado, en algunos talleres asignaban un tiempo para el tallado, pagándose primas en funciones de las reducciones que se obtuvieran. En opinión de los tallistas veteranos este sistema afectaba negativamente a la calidad del trabajo.

Quizá estas circunstancias fueron el origen del dicho “los hachazos en las alturas parecen molduras”, refiriéndose al poco cuidado, que algunos trabajadores prestaban a las tallas en las que el cliente difícilmente fijaría su atención.

Bibliografía

  • Adegi. Asociación democrática empresarial de Gipuzkoa. Revista mensual, número 6. Abril 1979.

 

Nota

Todas las fotografías son obra de Javier Carballo Berazadi, que además ha prestado una colaboración fundamental para la realización de este trabajo.