El proceso de trabajo

El número y variedad de muebles, alguna de cuyas partes había que ornamentar con figuras, flores, dibujos, escenas, etc., era muy amplio, desde camas, mesas, mesillas, consolas, armarios, cómodas, aparadores, marcos y librerías, hasta sillas, sillones y “kutxas”. Para cualquiera de estas piezas los clientes podían demandar tallas de características y estilos concretos, siendo los más conocidos, a mediados de los años cincuenta, Luis XV, XVI, Inglés, Cubista y Renacimiento, así como el tipo llamado vasco.

Los principales materiales que se utilizaban eran autóctonos hasta los años cincuenta del siglo pasado y básicamente nogal y cerezo y en menor medida abedul, roble y castaño que adquirían en almacenes de madera especializados, así como en los aserraderos de Las Landas con un grado de humedad relativo en torno a los 12/14 grados. La llegada de madera guineana no supuso una aportación sustancial para los tallistas que  estaban habituados a enfrentarse a diversos materiales.

Los tallistas habitualmente trabajaban en un departamento específico sobre una mesa similar a la de los ebanistas, aunque más alta siendo muy conveniente estuviera muy bien iluminada. Les acompañaban un gran número y variedad de herramientas.

Sujetaban la madera que iban a tallar a la mesa mediante sargentos calcando sobre la misma por presión el dibujo que ellos mismos habían preparado o se les había entregado. Asimismo el compás resultaba fundamental para las mediciones. El tallista frente a la mesa, inclinado sobre la misma, iniciaba la tarea con un primer desbaste. A su término comenzaba el tallado que llevaba a cabo, con gran minuciosidad,  sujetando con una mano la herramienta adecuada que iba colocando sobre la parte que deseaba trabajar, golpeándola con el mazo o maceta que mantenía en la otra. Siempre trabajaba “a favor de la veta” e iba “viendo como brillaba la parte tallada” y como había que continuar el trabajo.

Tras repetir este proceso durante horas se iba consiguiendo lo que el artesano deseaba y que en caso de hacerlo “bien” no era necesario lijar para su remate final. Los errores en muchos casos no podían corregirse y siempre afectaban negativamente a la calidad del trabajo.

Del conocimiento y habilidad del tallista dependía el resultado final sin que puedan encontrarse dos elementos ornamentales iguales, ya que cada uno tiene sus propias características y como mínimo detalles que las diferencias de las demás.

Los tallistas más cualificados también aportaban creatividad al mezclar diversos estilos e incluso imaginar nuevas formas. Muchos de sus trabajos son verdaderas obras de arte.

Los tallistas no firmaban sus obras con excepciones como la de Hilario Epelde y actualmente Mikel Sanjuan.

En épocas de “falta de trabajo” algunos tallistas que conocían el oficio, construían maquetas.