Una historia de desagradecimiento

Los ríos en general, y el Deba y algunos de sus afluentes de forma especialmemte importante, han prestado tradicionalmente destacados servicios a los que han vivido en Su entorno al haber contribuido a su alimentación, desempeñar un papel fundamental en la industrialización de la zona (moviendo primero ferrerías y más tarde generando energía eléctrica) y hasta manteniendo un cierto tráfico fluvial en las cercanías de su desembocadura, además de recoger y transportar muchos de los residuos que hemos generado.

A pesar de todo ello, desde hace tres décadas, los ribereños han dado la espalda a su principal río al que se mira pocas veces y con mala cara al haberlo convertido en una especie de cloaca donde se arroja todo lo que nos sobra, hasta alcanzar uno de los mayores grados de contaminación y suciedad del país. En este contexto no es de extrañar que en algunos tra-hios hayamos enterrado al Deba para aprovechar su cauce y de paso quitárnoslo de la vista.

Todo un ejemplo de desagradecimiento.

La situación a la que hemos llegado y que no parece que haya indicios de que vaya a mejorar, al menos sustancialmente, la llevamos con un alto grado de conformidad a juzgar tanto por la falta de medidas correctoras como la indiferencia social ante uno de los fragantes atropellos medioambientales de nuestro país.