Condiciones de trabajo

En el interior de la ferrería las condiciones de trabajo eran duras, el ambiente ruidoso y frecuentemente cargado de humo. Los forjadores calzaban almadreñas (zuecos de madera) para protegerse de la humedad y vestían con un delantal de cuero.

Mediados los años treinta la plantilla eran de seis o siete trabajadores, de los que dos, forjaban en el martillo hidráulico las piezas en bruto. En la nave adyacente dos parejas de especialistas, constituidas cada una de ellas por un forjador experto y un martillador, daban la forma definitivo a las herramientas fabricadas, utilizando cada equipo su respectiva fragua y yunque. Un pinche alimentaba con carbón y transportaba materiales.

El trabajo en el martillo hidráulico requería habilidad especial, pues al efectuar la maza un movimiento circular las caras inferior y superior del yunque, dependiendo del espesor de la pieza, no quedaban paralelas, lo que añadía dificultades a la labor de estirado.

La jornada de trabajo estaba condicionada por el caudal de agua que disponía el río, teniendo que parar cuando este era escaso y en ocasiones trabajar durante la noche. En las operaciones de estirado en las que se precisaba que el martillo golpeara a la mayor rapidez posible, unos 140 golpes por minuto, se consumía un caudal de agua del orden de 200 litros/segundo, que en épocas de poca lluvia, el río no aportaba.

Gaspar Pérez IbarrondoEl molinero de El Pobal, Gaspar Pérez ¡barrando, en Marzo de 1982 (Foto Antxon Aguirre Sorondo).

En estos casos se forjaban piezas durante 15 ó 20 minutos, utilizando el agua acumulada en el canal y antepara, hasta consumirla y seguidamente los forjadores paraban durante unos 30 minutos para permitir el llenado de los cauces, tiempo que dedicaban a introducir los tochos de material en la fragua, donde quedaban calentándose.

La iluminación de los locales de trabajo se conseguía inicialmente con candiles de acetileno que fueron sustituidos por lámparas eléctricas de 12 voltios, alimentados por un conjunto de batería y dinamo accionada por el agua hasta la electrificación definitiva en 1955.

Las averías en el martillo debidas al uso y al trabajo podían llegan a ser importantes y debían ser reparadas por los propios trabajadores de la ferrería. La simple rotura del mango del martillo, originaba la detención de la actividad, viéndose obligados los ferrones a seleccionar una nueva pieza para su sustitución eligiéndose generalmente de acacia y fresno. Estas roturas se producían longitudinalmente, la madera se rajaba a lo largo de sus vetas y los trozos deslizaban unos sobre otros imposibilitando un trabajo eficaz, sin que las abrazaderas o zunchos metálicos que se colocaban resolvieran el problema.

También en la presa se producían averías, siendo la más frecuente el arrastre por el agua de las piedras que conformaban la obra. Hacia los años treinta Felipe Pérez reparó la presa con nuevas losas utilizando un aglomerante compuesto, en gran parte, por claras de huevos.

Hacia los años sesenta, últimos en los que la ferrería se mantuvo activa, los dos hermanos Pérez Ibarrondo, ya sin trabajadores contratados, forjaban en el martillo un lote de piezas, para a continuación terminarlas manualmente, en el local anexo al principal.

Los jornales diarios en 1918, sin limitación de horas como era habitual en la época, es decir de sol a sol, variaban entre cinco y seis pesetas, lo mismo "para hacer el horno viejo y el nuevo" que "por labrar la huerta", aunque se registran pagos de dos, cinco y tres pesetas por día que hay que suponer es para aprendices.