Declive y ascenso

 Desde principios del siglo XVIII fue decayendo la importancia de los gigantes, por considerarse inadecuada su presencia en los actos religiosos, de lo que es un buen ejemplo una Real Orden de Carlos III en 1789, estableciendo que “en ninguna iglesia de estos reinos, sea catedral, parroquia o regular, haya delante danzas y gigantones, y cese del todo esa práctica en procesiones y demás funciones eclesiásticas, como poco conforme a la gravedad y decoro que en ellas se requiere”.

Pero de nuevo desde las primeras décadas del siglo XIX, los gigantes y cabezudos vuelven, cada vez con mayor fuerza, a las fiestas profanas de los pueblos y ciudades, hasta llegar a su generalización actual, sobre todo en comunidades como Cataluña, Valencia, Madrid o Castilla. En Solsona (Lérida) han llegado a reunirse 260 gigantes distintos, agrupados en unas cien peñas, lo que se considera la mayor concentración conocida a nivel mundial (record Guinness).

En nuestro país hay que destacar, por su entronque social, el gargantua bilbaino (desde 1854) y sobre todo a Navarra, en ocasiones conocida como tierra de gigantes, con más de 70 comparsas con gigantes y algunas figuras centenarias. Es obligado recordar al maestro Tadeo Amorena que en la segunda parte del siglo XIX fabricó los dos personajes conocidos como “los reyes europeos” y más tarde las figuras que representan a las “cuatro partes del mundo”.

Cabezudos